Me siento como cuando era un bebé, ya que veo puros barrotes y estoy encerrado. El juez ya dio la sentencia al horrible crimen que he cometido y no hay vuelta atrás. Mi nombre es Joaquín y me gustaría borrar toda mi amarga vida porque con sólo susurrar mi nombre empiezan los problemas. Es verdad que he cambiado desde que conocí a mi único y verdadero amor, pero la ambición me jugó una mala pasada, tan mala que ahora estoy pagando las consecuencias.
Recuerdo cuando la conocí. Ella se llamaba Liliann y era el ser más hermoso de toda la Tierra. Desembarcó desde Francia en el puerto del Valle de la Rosa, el lugar donde yo vivía, cuando tenía dieciséis años. Su padre era un tacaño al igual que el mío y los dos trataban de conspirar contra nosotros para que nunca estuviésemos juntos, al punto de que prohibió que nos viéramos.
Fue un amor violento como dice la canción y al momento de conocernos no pudimos dejar de pensar el uno en el otro durante dos largos años.
Ella siempre me comentaba que quería ser cantante y que lo lograría a como de lugar, ya que tenía una pequeña adicción a la fama y no la iba a dejar pasar y además su familia era bien importante en la clase alta de nuestra región.
Yo le contaba lo que podía: le decía que el amor a la naturaleza era una de las cosas vitales para mí y que me gustaría estudiar algo relacionado con eso. Caminábamos a escondidas de nuestros padres por la noche y cada vez nuestro amor iba agrandándose.
Éramos la pareja más feliz del planeta hasta que un día, más específicamente veintiocho de febrero, ella me miró a los ojos y me dijo que debíamos hacer una promesa de amor eterno porque se iba a vivir a Santiago para estudiar lo que ella ansiaba: el canto.
Me puse expresivamente triste hasta el punto de que empecé a llorar desconsoladamente y le prometí que me casaría con ella y viviríamos felices para siempre: sólo debíamos esperar un tiempo y volveríamos a encontrarnos. Escribimos nuestros nombres en el árbol donde nos conocimos y prometimos ser fieles hasta el día en que nos volviéramos a ver.
Y simplemente se fue. Mientras tanto decidí viajar a una ciudad que quedaba en el norte del país y allí estudiar para hacer algo con mi vida, sin saber del infierno que me esperaba allí. Me hospedé en la casa de unos parientes lejanos de mi padre y al principio me recibieron muy amablemente, pero al pasar de los meses me empezaron a pedir dinero que yo no tenía para costear los gastos de la casa, ya que mi tío era alcohólico y no dejaba dinero para vivir.
Un día decidí encararlo para que dejara de robarme y simplemente me miró a los ojos, tomó mi maleta, la arrojó a la calle y me echó de su casa. Ahora si que estaba solo y sin lugar donde pasar la noche. Más en cima al otro día debía presentar un proyecto en la universidad: esa fue la noche más larga de mi vida.
Al otro día decidí acercarme a un grupo de jóvenes para ver si tenían un lugar en donde yo pudiera vivir y me dijeron que si, pero antes debía hacer un "encarguito" para ellos: consistía en ser transportador de droga en una esquina de la ciudad. En un principio dije que no, pero al "analizar" la situación acepté el trato e hice el encargo.
Al otro día me dijeron que estaba todo listo para que yo entrara en su comunidad y empezara a vivir con ellos. Era algo arriesgado pero debía hacerlo.
En las noches pensaba en Liliann y en cómo lo estará pasando: si ha pensado en mí o ya me ha olvidado. Cada vez me daban más encargos y ganaba más dinero. Fácilmente podía llevar esa doble vida sin saber en el hoyo en que me estaba metiendo.
Mi vida siguió así hasta que salí de la universidad por asuntos académicos y gracias a eso tuve más tiempo para el tráfico y todas esas cosas. Mis "amigos" me decían que era el más eficiente de toda la comunidad y me daba cuenta que cada vez me hacía más adicto a la heroína que era lo que traficábamos.En una de las transacciones conocí a un tipo y me ofreció ir a Cuba por dos años. Yo acepté encantado porque pensé que mi futuro se aseguraría. Lo malo es que lo haría, pero en la cárcel.
En un principio sufrí mucho porque era duro el trabajo y los jefes muy exigentes: sufría maltratos físicos y verbales, pero cada vez me hacía más fuerte. Luego de difíciles pruebas que tuve que pasar me ascendieron a jefe y éramos los traficantes más poderosos de Centroamérica.
Siempre pensé que si la policía me atrapaba, sería fatal para mí, porque este trabajo es uno de los más peligrosos, pero ya tenía demasiado poder y no iba a dejar que me lo arrebataran tan fácilmente. Siempre pensé qué diría Liliann de todo esto y qué le diría cuando volviera a verla en Chile. Eso me tiene muy preocupado, ya que en tan sólo dos meses estaré devuelta allá.