Ira

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Dorian camina por el corredor del hospital. En el ala de psiquiatría debe encontrar a la esposa de Jonas. Después de muchos debates, y los tónicos de Jezebeth, está calmado. Alguien muy estúpido había secuestrado a la consorte de su nuevo pilar. Temprano en la noche le había llegado una nota explicando que tendría que ir él solo al Hospital Central a buscarla. Phrygian le informó que una vampira con sus características fue internada a la fuerza recientemente en dicha institución. Era mejor no correr riesgos y a pesar de la insistencia de Jonas, marchó solo.

Dorian llega al final del pasillo, abre la puerta que da al parque de visitas y sale al exterior. Es un jardín espacioso con árboles altos y arbustos verdes. La luna refleja sus rayos sobre el rocío que cubre la vegetación. Es una noche clara y apacible, perfecta para cazar. En aquel lugar, sentado en una fuente, una cara bronceada y sonriente lo mira acercarse.

―De todas las mierdas que has hecho en tu vida ―dice Dorian― creo que esta es la más estúpida.

La cólera embriagadora arruga la frente del vampiro, corrompe sus sentidos y calienta su cuerpo pálido. Si hubiera sabido que Bran estaría allí se hubiese tragado un camión de brebaje relajante.

― ¿Por qué harías algo así? Esto no tiene sentido ni para un troglodita asqueroso como tú ―suelta Dorian.

―Todos creen que lo que mas te interesa en el mundo es tu dichosa investigación ―afirma Brantley―; pero se equivocan, siempre pones en primer lugar a tu familia.

<<"En serio no aprecia su vida. Esta vez le enseñaré que existen cosas que no se tocan" piensa Dorian mientras cierra el puño>>.

―Cálmate Dorian, no quieres quedar como yo ―amenaza una voz de timbre infantil.

Dorian da un salto de cinco metros al percibir la sed de muerte junto a él. Donde estaba parado hace unos segundos una pequeña vampira de ojos nublados, vestida con antiguos trajes llenos de lazos rojos y negros, mira al vacío sonriente. Ni siquiera la había notado hasta el momento en que habló. Nunca fue tan evidente que ante él se mostraba uno de los Príncipes del Infierno.

―Ella es Ira. En realidad no necesita presentación. Ni siquiera Pride se mete con esta cosita tan encantadora ―proclama su hermano.

―Supongo que no te estás burlando de mí Brancito ―insinúa la pequeña.

―Nunca queridita. Eres bella pero mortífera; prefiero conservar mi eternidad, gracias.

A pesar de saber en qué situación está, Dorian no puede evitar sentirse rabioso. Nunca fue agresivo, la violencia sin sentido le parecía un desperdicio de energía. Cuando era un joven humano había participado en la I Guerra Mundial como médico. Sufrió en carne propia los horrores de la brutalidad magnificada que hace ricos a los hombres; sin embargo, Bran era la excepción a esa regla. Esa personalidad irritante y su pasado juntos eran un detonante explosivo.

Dorian trata de respirar profundo, exhala aire caliente por sus fosas nasales. Los deseos de matar se hacen presentes, el cuerpo le cosquillea y sus pupilas se contraen hasta ser apenas una raya en esos ojos ambarinos.

―Si continuas así no podrás pasar la prueba ―dice la vampira―. Derrota al imbécil "soy el centro del mundo" y podrás llevarte a esa mujer. El lugar está vacío, no se contengan.

Dorian se sintió como un perro de caza al escuchar aquello. Sin esperar ni un segundo más se lanza hacia la fuente, Bran lo esquiva con agilidad y trepa por un roble. Dorian se para a los pies del árbol y dice:

― ¿Esto es una pelea o una cacería?

La pulla hirió el orgullo de su pretencioso hermano. Bran salta hacia Dorian, quien se mueve para esquivar la patada, coge su pie en el aire y lo tira contra el árbol. Bran cae de espaldas y sin aliento. Dorian aprovecha y se acerca rápidamente, agarra la cabeza de su enemigo y la estrella contra el piso seguidamente. Brantley comienza a escupir sangre. Dorian lo vira de un giro y deja caer su puño en esa asquerosa cara perfecta. Bran se debate bajo la fuerza bruta de su atacante sin poder safarse. A sus espaldas la vampirina reía a carcajadas por la escena. Dorian podría golpearlo hasta morir, tardaría un tiempo, pero disfrutaría cada milisegundo, sacarle el corazón ahí mismo era demasiado fácil.

―Cariño. ¿Por qué no lo sueltas? ―dice una vampira de piel de bronce y voluptuosa figura.

―No deberías interferir en la prueba ―protesta la jueza.

―No lo hago― alega la mexicana―, él es capaz de tomar sus propias decisiones. Igual no creo que valga la pena asesinar a un hermano por unos cuantos títulos.

Dorian mira a Bran casi inconsciente en el piso, le faltan varios dientes y la piel de la mejilla cuelga en jirones ensangrentados, dándole un aspecto macabro. Lo suelta de un tirón y al ponerse de pie le patea la cabeza.

La vampira ciega siseó al decir:

―Malditos pacifistas, arruinan la diversión.

Jezebeth se acerca a Bran, echa a un lado su vestido, se agacha y anuncia:

―Vivirá, es muy cobarde para morir.

―Cuarto 45, el segundo pasillo a la derecha ―masculla Ira con recelo.

―Yo iré a buscarla ―decide Jezebeth―, ahora mismo la asustarías más.

Dorian se sienta en uno de los bancos para recuperarse. Ira se acomoda a su lado e insinúa:

―Lo habrías matado Gold-Smith. Si ella no estuviera aquí no hubieses pasado la prueba. La ira ciega a las criaturas, mortales o no. No importa que tan bueno y puro seas, si sientes furia, serás capaz de matar incluso a un ser querido.

Jezebeth vira con la mujer siguiéndola. Dorian se pone de pie y medita un segundo antes de dirigirse hacia su hermano. Lo coge por un brazo y lo carga en su espalda.

―Vamos a casa. Me llevo al señor "soy la mejor mierda del mundo" ―anuncia sarcástico.

La vampira ciega percibe como se alejan y murmura:

―Bien hecho Dorian.

Las pruebas del vampiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora