Capítulo 5: Vuelve

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El entorno se volvía cada vez más nítido a medida que abría los ojos. Y ahí estaba de nuevo, la misma habitación y su característico desastre. Todo parecía estar igual, excepto el lado izquierdo de la cama, el cual ocupaba Damiano anoche. Ahora se encontraba vacío.

Al parecer vibración de mi teléfono y los rayos de sol que se colaban por el ventanal se habían puesto de acuerdo para hacer que me levantara de la cama.
Bianca.

Joder, son las 12:00 am y debería estar en clase. Miré la pantalla de mi móvil otro instante y descolgué la llamada.

- Hola Bianca

- ¿Marlena, te encuentras bien?— Cómo se supone que voy a explicarle todo esto...— Hoy no has venido a clase.

- Sí, ya te contaré; no puedo hablar ahora mismo.

- Espero que sea importante, porque te recuerdo que hoy había examen.

Noté como mi pulso iba acelerando junto con una sensación de sudor frío. El examen del "excelentísimo" profesor Flavio Morelli... Mierda.

- Bianca, ten mucho cuidado con el señor Morelli.— Se produjo un breve silencio el cual utilicé para resumir lo ocurrido.— Anoche alguien me estuvo siguiendo justo después de salir de tu casa. Creo que fue él.

- ¿Qué estás diciendo? ¿Por qué haría algo así?

- No lo sé... Oye, quedamos por la tarde y te lo cuento todo, ¿Sí?

- Está bien, Ciao.

Colgué de inmediato y tiré el móvil en el lado desocupado de la cama. Ahora sólo me queda saber que ha pasado con Damiano.

Salí de la habitación con su camiseta puesta y los pies descalzos. Deambulaba por la casa con intención de encontrar al chico que había compartido su cama conmigo, aunque toda mi atención iba directa al más mínimo detalle de la casa. A una fotografía, en específico, fue la que me obligó a detener mis pasos y observarla. Era Damiano, con una chica. Ambos parecían felices.
La tomé con mi manos y la estuve mirando durante un buen rato, ¿Sería su novia? Tampoco me debería importar, qué hago metiéndome en la vida de un chico al que ni siquiera conozco...

Al cruzar el umbral de la cocina lo vi, a través de una ventana que ofrecía una amplia vista de todo el jardín. Se encontraba descalzo al igual que yo, sus piernas estaban cubiertas por unos pantalones de chándal, y con el torso descubierto. Todos los tatuajes que tenía lo hacían ver como si fuera una verdadera obra de arte. Estaba jugando con un perrito. Vi cómo sonreía; cómo todas las facciones serias que había conocido anteriormente se esfumaban y en su rostro se reflejaba la más pura felicidad. Lo cual me hizo esbozar también una tímida sonrisa inconscientemente. Di unos pasos tratando de acercarme, pero Damiano se adelantó y miró hacia mí. Nuestras miradas chocaron durante un instante en el que sentí que se congelaba el mundo a mi alrededor.

Dejó allí al perrito y entro en la cocina.

- Buenos días —Se acercó a mi con la misma sonrisa que había presenciado hace unos segundos.

- Buenos días. Yo... Siento de verdad lo de ayer, ahora mismo me iré a casa.

- ¿Tan horrible a sido estar aquí conmigo? —Entendí el sarcasmo, pero tampoco supe cómo reaccionar ante él.

- No, no. Para nada. Eh...

- Puedes quedarte un rato más si quieres stalker.

- No me llames así, no soy ninguna stalker.

- Admite que lo eres un poco, ni siquera sé cómo te entraste en mi casa.

- La puerta estaba abierta.

- ¿Quién es el estúpido que deja la puerta de su casa abierta?

- Supongo que tú.— Quizá no debería de haberlo soltado así, pero me estaba poniendo de los nervios. Sin embargo a él pareció hacerle gracia.

- ¿Te llamas Marlena verdad? —Asentí con la cabeza.—Ven.

Comenzó a andar guiándome por un largo pasillo, hasta llegar finalmente a una habitación la cual abrió con llave. No era nada especial comparado con lo que ya había visto. Un sofá roto y unas cuentas partituras en el suelo. La pared estaba cubierta por discos de vinilo y al fondo había un par de guitarras.

- ¿Qué es esto?

- Mi sitió favorito de toda la casa. –respondió.—Aquí podemos hablar tranquilos.

Me senté en aquel sofá de cuero marrón junto a él. Sentía su mirada posada en mí, sin embargo no me incomodaba. Esta vez me miraba serio; pero no expresaba dureza, si no serenidad. Apartó su mirada de mí y se encendió un cigarillo, para acto seguido volver a mirarme.

- ¿Quién eres?

- Ya te he dicho varias veces que me llamo Marlena.

-No me refería a eso.— Le dio una calada al cigarro y miró hacia el suelo. Volvió a posar su mirada en mí.

—¿A qué te dedicas?, ¿qué te gusta hacer?, ¿Hay alguien que ocupe tu corazón?

No entendí muy bien la última pregunta, aunque las tres en general me parecían desconcertantes. Ayer no quería saber nada de mí y hoy parece ser todo lo contrario.

- Estudio en la universidad, aquí en Roma. Me gusta escribir y dibujar sobretodo, y no creo que sea necesario responder la última pregunta.

- ¿No tienes novio? —Tiró el cigarrillo al suelo y pasó su mano por el pelo acomodándoselo hacia un lado. La verdad es que me parecía sumamente atractivo a pesar de demostrar ser un gilipollas a ratos...

- No —Respondí tajante y vi cómo se aguantaba una sonrisa. — ¿Y tú?— No me gustaba entrometerme en temas personales, pero él se lo había buscado.

- Ya no

No quiso dar más explicaciones y yo no quise hacer más preguntas.

- Creo que me voy a ir ya, he quedado y voy a llegar tarde.

- Claro, llévate una chaqueta mía. —Me levanté del sofá con intención de atravesar la puerta pero antes lo miré confusa.— Hace frío fuera, no es un recuerdo cariño.

Damiano se dirigió a la habitación a por una chaqueta de cuero negra con la que cubrió delicadamente mis hombros. Volvimos a hacer el mismo recorrido hasta llegar a la puerta principal. Me quedé con la espalda apoyada en ésta, mientras que él se acercaba, cada vez más. Sentí su respiración mezclada con su perfume y nuestras manos tuvieron un ligero contacto totalmente in intencionado.

- Adiós, Marlena— Susurró muy cerca de mi oído, lo cual me provocó una sensación extraña.

Crucé la puerta y comencé a caminar rumbo a mi casa. Aunque me cueste admitirlo Damiano tenía razón, hacía un frío bastante inusual por estas fechas. Metí mis manos en los bolsillos de la chaqueta. Mis dedos jugaron dentro del bolsillo con un trozo de papel, el cual desde luego no era mío.
Desplegué el papelito y leí para mí misma:

«Vuelve cuando quieras, la puerta volverá a estar abierta»

SPEZZACUORI • Damiano DavidDonde viven las historias. Descúbrelo ahora