Recuerdo lo feliz que estaba al salir de vacaciones. Por alguna razón, aquel último día de clases, muchas de mis compañeras estaban llorando (yo estaba en un colegio solo de mujeres). La verdad yo no sentía nada, no era buena para llorar. Aparentemente lloraban por la emoción de no vernos en todo el verano. A mí no me importaba. Claro, extrañaría vernos todos los días, en especial a mis amigas más cercanas, extrañaría jugar en el recreo, extrañaría jugar durante las clases, pero no era motivo para llorar. A final de cuentas nos veríamos denuevo al cabo de unos meses. En aquel entonces, recuerdo subirme al auto de mi madre, quien me iba a buscar todos los días a la salida de la escuela.
-¿No te da pena despedirte de tus compañeras?
-Nop. Digo...las veré de nuevo el otro año, ¿verdad?
-Sí, pero no las verás durante todo el verano.- Me encogí de hombros.
Unos años después, durante mi adolescencia, me preguntaría si había algo mal en mí, si aquella frialdad era normal para un humano, independiente de la edad. ¿El hecho de no poder llorar como los demás me hacía menos persona? Cuando todos estaban tristes, yo era indiferente. Por dentro sentía que debía estar triste, que debía maldecir, que debía llorar, pero no era capaz. El llanto que tanto buscaba no estaba por ningún lado para encontrarlo. A mis cuatro años murió mi primera mascota, era un perro, y según me dijeron mis padres, había muerto de viejo (lo cual era mentira, según confesó mi madre años después. La verdad fue que lo envenenaron mis vecinos). Lloré como un bebé. Unos meses después, viendo una película con mi madre, uno de los protagonistas murió. Lloré como un bebé. Cuando tenía 5 años, mis padres se separaron (lo cual era totalmente comprensible considerando que mi padre no era un padre como tal). Ciega al daño que él le hacía a mi madre, lloré como un bebé esperando a que volviera para darme las "buenas noches", sin darme cuenta de que mi madre no sabía cómo explicarme que él no volvería. Ahora veo la situación, y no me imagino el dolor que ella tuvo que soportar, no por él, sino por mí. La última vez que lloré fue en el verano del 1990, a mis 14 años. Después de eso no lloré en mucho tiempo, y me sentía muy culpable por eso.
En fin, aquel verano no fue diferente del anterior en lo que refería a nuestro paseo, salvo que fuimos por dos semanas en vez de una. Fuimos a Pejerrey a hospedarnos en la misma cabaña de siempre. En el camino de ida, como siempre yo estaba ansiosa por llegar. Lo que más me gustaba era cuando llegábamos, y salíamos a estirar las piernas. Y así fue, cuando llegamos, fui la primera en salir, en pisar el suelo lleno de ramas y hojas de pino. El aire de allá era único para mí, puro, fresco, algo frío, pero agradable. Llegamos, sacamos todas las cosas de los autos, arreglamos las camas, desempacamos todo, y nos relajamos. Curiosamente, la cabaña de al lado estaba vacía... ¿no había dicho la señora Inés que venían por todo el mes? Fue una desilusión. Quería ver a la abuela. ¿Para qué? No tengo idea, ni siquiera hablaba con ella, pero su presencia era algo agradable, como si el hecho de verla me tranquilizara.
Pasaron los días, y no llegaba nadie. Yo estaba muy triste por eso. Mi madre me decía que tal vez fueron a pasar las vacaciones a otro lugar, pero yo sentía que algo había pasado. Al quinto día comencé a perder las esperanzas de que llegasen. Al sexto yo seguía esperando ver un auto en la distancia, para verles llegar, pero nada. Durante el día yo me divertía mucho, jugaba con mis primas y primos, íbamos al río, a caminar, pero siempre se me venía a la mente el hecho de que la señora Inés no estaba con nosotros.
Al séptimo día yo estaba en la cabaña junto a mi madre y mi abuela. Mis tíos y mis primos habían bajado a Linares a comprar cosas para la segunda semana de estadía en la pre cordillera. De pronto alguien llamó a la puerta, fui a abrir, esperando ver a la dulce anciana. Grande fue mi sorpresa al abrir cuando vi a una niña, casi de mi edad, en la puerta. Tenía cabello liso negro, chasquillas y vestía un hermoso vestido rojo de flores. Tenía una bolsa en la mano.
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Siempre nos recordaré
Novela JuvenilLily es una niña tímida pero extrovertida que gusta de los humildes placeres de la vida, como pisar hojas y ramas secas, disfrutar el aire de la mañana e ir al río, pero por sobre todo, disfruta de los veranos que pasa en la montaña junto a su madre...