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El alba despuntó en Calabria con los alegres trinos de las golondrinas estacionales, que piaban sin cesar mientras tejían sus nidos con las ramitas espinozas del jazmín.
Pese a que el sol apenas se estaba asomando por el horizonte, la actividad era constante en los vastos pasillos del fastuoso palacio, pero en el dormitorio mas grande de la torre norte, el que tenía una gran terraza y pulidos pisos de mármol, reinaba el silencio.
Sin embargo, el príncipe Thomas ya estaba despierto, aun desnudo, metido en sus sábanas, meditando y recordando, mientras sus ojos recorrían la espalda desnuda de Bill, tan clara y suave como el plumaje de un cisne blanco. Le gustaba su espalda, no había cicatrices ahí.
Lo único que lo mantenía quieto eran las rítmicas oscilaciones del respirar de su hermano, que estaba perdido en sus sueños. Tom deseó que Bill estuviera soñando cosas bonitas, porque la realidad le parecía espantosa.
Lo acontecido la noche anterior daba vueltas en su mente con vertiginosa velocidad. La cena, tan pomposa y ridículamente elegante, los invitados que no cesaban en miradas groseras, sin contar con la presencia de sus nuevos invitados, a los que apenas si toleraba. Y lo peor de aquel maldito día fue la culminación de todo, con una agria discusión con Bill, que le retaba por su falta de tacto y educación al dirigirse al Duque, y las constantes provocaciones hacia su escolta, pero Tom no se arrepentía de nada, y en su sangre aún ardían los deseos de venganza.
Y sorprendido, se daba cuenta que su mayor tormento ni siquiera era aquel sujeto insoportable al que anhelaba destripar con sus propias manos, ni el estúpido engreído príncipe Adam con sus modales fanfarrones y actitudes soberbias, sino la joven princesa Ambrosía.
Realmente la odiaba, detestaba su frágil perfección y su voz femenina, suave como el roce de una pluma, que tenía una muralla etérea como de sonidos nostálgicos del mar. Todo odiaba de ella, y al mismo tiempo reconocía que su hermano se sentía arrastrado por aquellos mismos y encantadores aspectos. Deseaba que Ambrosía fuera igual de fuerte, altiva e insolente que la princesa Felitza, así Bill sentiría la misma repulsa hacia ella y todo estaría en orden.
Hastiado, el príncipe se levantó sin hacer el mínimo ruido, no deseaba aún la compañía de Bill, quería que siguiera durmiendo hasta que su ímpetu se hubiera calmado un poco.
Después de envolver su cuerpo en la delgada bata de seda negra que estaba al pie de la cama, entró al fresco cuarto de baño, accionó el moderno sistema de tuberías de cobre y esperó, mientras su bañera sostenida por garras de oro se llenaba de agua ardiente.
Cuando Tom entraba en el agua perfumada, Bill intentaba decidir si volvía al mundo de los vivos. Finalmente, el joven príncipe se irguió con erótica lentitud y se desperezó, tensando los músculos para eliminar la rigidez del sueño. La puerta del cuarto de baño estaba entreabierta, Tom siempre la dejaba así, temeroso de que su hermano fuera a desaparecer de su vista en cualquier momento, así que tuvo una buena panorámica de la piel clara de Bill, de sus lustrosos labios rojos y de la elegante curva de su largo cuello. Se volvía loco de deseo en el sentido más literal de la palabra.
El cielo se estaba iluminando cada vez mas deprisa; Bill se percató de su aparente soledad, y con la rapidez del relámpago sus ojos buscaron los de su hermano, conectándose en medio segundo con ellos, pues Tom le miraba fijamente, los ojos inundados de pasión.
—¿Has dormido bien? —preguntó el mayor, en cuanto Bill estuvo de pie frente a él con su mechón de negros y rebeldes cabellos adornando su frente, envuelto a medias en una bata idéntica a la de Tom, que el príncipe no se molestó en cerrar.
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El Heredero
AdventureHan pasado tres años desde que los príncipes gemelos, William y Thomas Von Kaulitz de Hannover viven en el Palacio de Calabria como herederos al trono, después de saberse toda la verdad sobre su nacimiento; pero el tiempo avanza y Calabria necesita...