Pájaro de oro

312 18 12
                                    

El barullo cantarín de los mirlos de Calabria era el único sonido que acompañaba los pasos del príncipe Thomas, que, habiendo madrugado, se fue directo a los aposentos destinados a aquella sabandija que se hacía nombrar guardia del Duque de Montpensier. Su atuendo aquel día combinaba con sus sentimientos; terciopelo negro, filigranas en plata y una corona sencilla eran mas que suficiente para poder andar sin ser molestado por nadie.

Había dejado a su hermano aún dormido y fuertemente vigilado en sus habitaciones, valiéndose de su cansancio. Se había asegurado de eso, haciéndole el amor gran parte de la noche anterior, de una forma intensa, algo ruda y desesperada. Sintió un poco de pena por él, le había dejado el pecho y la espalda llenos de mordiscos y rasguños, y por mucho que Bill se trataba de zafar y escurrir, argumentando la herida de espada que Tom tenía en el hombro, el príncipe mayor no le dio tregua alguna mientras los celos y la culpa estremecían los límites de su cordura.

El único gendarme que hacía guardia en el pasillo aun en penumbras, se sobresaltó terriblemente al ver aparecer de la nada la silueta oscura del príncipe, y luego de tocar tres veces y escuchar un escueto "adelante" abrió las puertas a su soberano. El heraldo lo anunció de manera sencilla y Tom se adentró en una habitación en penumbras, con el ambiente húmedo y cargado.

Buscó con la mirada a su adversario, encontrándolo tendido en diagonal sobre la cama perfectamente hecha, ya vestido de traje negro de corte sencillo, con la elegante levita abierta sobre la camisa blanca y en actitud aparentemente relajada, pero aun en la penumbra, sus ojos grises brillaban peligrosamente, como dos trozos de plata pulida, atentos, desconfiados al extremo, fijos en la silueta del príncipe.

—Vaya, esperaba que te hubieras desangrado durante la noche— le soltó apenas al verlo, cruzándose de brazos lentamente, ya que el dolor y los vendajes lo volvían lento de movimientos.

—Me temo que no tiene tanta suerte, Alteza, vuestro médico no es tan charlatán como parece e hizo un excelente trabajo — repuso, con cinismo, bajando la plomiza mirada hacia su pecho, que se apreciaba un poco abultado a causa del vendaje — ¿a qué debo el honor de vuestra visita?

Tom sonrió sin alegría, mostrando a medias sus afilados colmillos.

—Soy un anfitrión impredecible, un día puedo tratar de separar la cabeza de tu cuerpo, y al día siguiente mandar a mi médico a que te atienda, porque te atendieron bien ¿no? Mejor que en toda tu miserable y apestosa vida, de eso estoy muy seguro.

Theo respondió con un encogimiento de hombros que no prometía nada.

—Supongo que todas esas atenciones se deben a que le urge callar mi boca —soltó de forma cínica ante un impertérrito Tom que lo evaluaba fríamente — Pero, por si aún no se ha percatado, no me caracteriza hablar por hablar.

—Callar tu boca — sopló el príncipe con burla acercándose a la mesa que tenía, como cada habitación del palacio, un bello jarrón de porcelana fabricada a mano, lleno de esponjosos botones de rosas aun salpicadas de rocío — hago que te atiendan si así se me da la gana, al igual que sigues vivo por esa misma razón, ya que puedo ordenar que por la noche te claven un puñal en el corazón y mira, no lo he ordenado. Sigues respirando a capricho mío, y solo porque no me gusta matar a traición, aunque tú sí te lo merezcas.

—Por supuesto, ordenar algo así solo un cobarde lo haría y sé que usted no lo es, y yo tampoco lo soy, se lo confirmo por si se atrevía a ponerlo en duda — respondió aquel sujeto sin temor alguno en la voz. Se levantó lentamente, como si algo le doliera, pero sus ojos jamás se apartaron de la silueta envuelta en penumbras que lo retaba con la mirada —. Y espero que ya se haya dado cuenta que no soy un estúpido — añadió ya de pie y en una pose de franca hostilidad —. No somos tan diferentes como lo parece...

El HerederoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora