Reflexiones de pasión

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—¡¿En qué demonios estabas pensando Tom?!— retó Bill en voz alta.

Habían llegado por fin a sus habitaciones, con los sudorosos escribas y doncellas limpiando el rastro de sangre que a ratos chorreaba de la herida de Tom, que aguantaba estoico la retahíla de mal humor de Bill.

—No fue nada— le respondió, evasivo, sentándose en el sofá mas grande. Bill le desató la capa, arrojándola tras de si.

—No te atrevas a decir que no es nada— le espetó. Estando por fin solos, Bill no se le separaba ni cinco centímetros, estaba aterrado y furioso; la sangre no dejaba de gotear y había empapado parte del pecho de Tom, su brazo y comenzaba a empurpurar su cuello. Bill notó que el torniquete hecho con el moño de Billam no servía para nada. Terminó por abrir la casaca de Tom, quitarla con cuidado y desgarrar con sus manos los jirones maltrechos y ensangrentados de su elegante camisa de seda.

—No me duele nada— murmuró, perdido en Bill. La herida apenas si le molestaba, le gustaba mas ver la fiera concentración y la rabia que emanaba de su hermano.

—Mejor cállate— gruñó Bill, atinando a poner sus manos envueltas en un paño blanco sobre la herida de Tom, haciendo presión para detener el sangrado, sin embargo, algunos hilillos rojizos y calientes subían como una marea roja que hacía desaparecer los dedos blancos antes de escurrirse, danzando hacia abajo para gotear sobre el sofá — no puedo creer que te hayas atrevido a tanto. ¡Pelearte con ese sujeto! ¿Sabes lo que pasará cuando se enteren nuestros padres?

—No va a pasar nada porque no fue lo que piensas— murmuró Tom con algo de fastidio, pero aun así jamás le diría a su hermano la verdadera razón por la que se había peleado con aquel canalla. Bill no tenía porque preocuparse por un problema más.

—A mi no me engañas, has deseado desquitarte con alguien desde que llegó Adam, y ese idiota guardaespaldas de Billam no sabe que ha comenzado a cavar su propia tumba al acceder a la locura de luchar contra ti.

Bill se sintió algo mas tranquilo cuando notó que la herida no sangraba más. Resultaba espeluznante y trágico para él, el ver así a Tom. Conocía su anatomía mejor que nadie en el mundo y si algo en verdad amaba, era el cuerpo liso, firme y sin imperfecciones de su hermano, y ahora todo estaba arruinado. Tom estaría marcado para siempre, igual a él.

—Ese imbécil se lo buscó — gruñó, en voz baja, su corazón aleteó de furia, lo que envió un nuevo hilillo de sangre fuera de su cuerpo. No le molestaba sangrar, incluso reconocía en el aroma de su propia sangre, el mismo aroma que emanaba de las heridas que Bill había sufrido antaño y que lo habían llevado al borde de la muerte. En comparación, pensaba, lo suyo no era mas que un rasguño, y el deseaba experimentar algo del dolor de su hermano, para comprenderlo más, pero intuía que estaba lejos de poder sentir una agonía como aquella.

—Vas a tener que explicarme muy bien lo que sucedió, o yo mismo le cortaré la cabeza a ese sujeto— amenazó Bill, retirando el paño ensangrentado. En efecto, la herida no sangraba, pero era profunda. El joven príncipe remojó un paño de gasa en una vasija que tenía agua caliente y comenzó a tratar de remover la sangre alrededor del corte — apenas puedo creer que después de que te ha dejado así, hayas ordenado que se le atienda.

—Bueno — Tom jadeó, algo que hizo Bill le dolió — no puedes culparme por eso, si esto hubiese sucedido antes de conocerte, te aseguro que ese estúpido a estas alturas ya sería comida para los perros de mis guardias, pero por ti he aprendido a ser mas cauto, y quizá, menos duro.

Bill sonrió casi imperceptiblemente, las palabras de Tom le acariciaban el alma, pero sabía que Tom seguía siendo el mismo volcán explosivo de siempre, y que si no había rebanado a Theo en dos cuando había estado arrodillado ante ellos, era por algo que se estaba esforzando mucho por esconder.

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