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Definitivamente no había sido una noche tranquila y por eso John maldijo en todos los idiomas que conocía por haberse olvidado de quitar la alarma que lo despertaba a las siete de la mañana. Escuchó a Antonio balbucear todavía dormido y por lo bajo se disculpó mientras apartaba a la gata que había adquirido la costumbre de sentarse sobre su teléfono o sobre su cabeza, depende lo que a ella le apeteciera.

— ¿Qué hora es? — preguntó Salieri medio adormilado y sin abrir los ojos todavía.

— Las siete de la mañana, todavía es pronto, puedes seguir durmiendo si te apetece — contestó John.

Durante unos instantes el silencio se instaló en la habitación y Laurens realmente creyó que Salieri se había quedado dormido de nuevo.

— Los sentimientos son una puta mierda — murmuró Antonio después de suspirar pesadamente.

— Mood — concordó John —... Oye, ¿estás mejor? — le preguntó sin poder evitar estar todavía algo preocupado por él.

Ver a Antonio completamente fuera de sí, gritando por ayuda a la nada con la voz rota por el llanto y la mirada perdida en un punto cualquiera del techo fue... impactante, dejémoslo de ese modo.

— Sí... — contestó este —. Siento haberte preocupado — se disculpó.

— No te disculpes, no es culpa tuya — le reprochó el surcarolino —. Y no, no acepto contradicciones — añadió.

— Estoy confundido, John — dijo Salieri, cambiando de tema sin darse cuenta realmente.

— Cuéntame, soy tu psicólogo de confianza, graduado en la universidad de mis cojones — dijo el nombrado, causando que Antonio se riera por lo bajo.

— Verás, después de pararme a pensar en lo que siento me he dado cuenta de que a pesar de no ser justo la misma persona que conocí hace más de doscientos años todavía sigo estando enamorado de Wolfgang... — empezó a decir.

— Espera, espera, ¿todavía? ¿Os liasteis en el pasado o cómo va eso? — lo interrumpió Laurens, queriendo saber más del chisme.

— ¡No! — negó Salieri rápidamente mientras su rostro empezaba a tomar algo de color —. No recuerdo bien cómo, pero de alguna forma descubrimos que ambos estábamos enamorados del otro — comenzó a explicarle —. Aunque yo seguía amando a Therese y me negué a que pasara algo entre nosotros, además de que él tenía a Constanze, a quien también amaba — finalizó.

— Muy devoto tú — comentó John.

— Bueno, no es que hubiera sido fácil casarme con Therese, de echo si no hubiera sido por la misericordia del Emperador yo la habría perdido — se defendió Antonio.

— Lol, tu vida podría ser una tragedia perfectamente — bromeó el rubio.

— Mira quién vino a hablar, el mártir americano — dijo Salieri, continuándole.

— Bueno, ¿me sigues contando tus pensamientos que te confunden o qué? — preguntó Laurens, volviendo a encaminar la conversación.

— Sí, continúo — afirmó el italiano —. El caso, quiero a Wolfgang, pero me gusta Teresa también — añadió.

— Pero, ¿te gusta Teresa por cómo es ahora o por lo que recuerdas? — interrogó John.

— He hablado con ella y tal, pero todavía tengo la sensación de que necesito volver a conocerla mejor antes de decidir... — contestó Salieri —. No sé, ¿tú que me aconsejas? — le preguntó.

— Mira, yo creo que deberías hablar con Wolfgang y decirle lo que sientes porque si no se cansará y pasará página — aconsejó el americano —. También le cuentas cómo te sientes respecto a Teresa y a partir de ahí veis lo que hacer — añadió —. Vaya que las charlas de la señora Washington me están haciendo efecto, ya soy todo un psicólogo profesional — comentó, orgulloso de sí mismo.

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