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Se despertó a una hora considerablemente pronto y como por más vueltas que diera no podía volverse a dormir, decidió que lo mejor era empezar ya su día.

Abrió una lata de comida de gatos que compró ayer y la puso en táper de John porque no tenía nada a mano para alimentar a los mininos del surcarolino, luego decidió que lo mejor era irse a dar una ducha rápida e ir a desayunar. Al volver se encontró con John mirando a la nada, seguramente maldiciéndose por haber bebido tanto anoche.

— Buenos días bella durmiente, ¿quieres un Paracetamol o te consigo un café? — le preguntó Antonio, enseñándole las cosas que mencionó.

— Coquelicot — contestó John.

— Asumiré que quieres ambas cosas — dijo mientras le dejaba sobre la mesita lo necesario —. Ahora si me disculpas, haré de repartidor de Globo y revisaré que los demás idiotas irresponsables vuelvan a la realidad — avisó.

— Manchas glucosas — dijo John.

— No he entendido nada, pero de nada — dijo Antonio antes de marcharse.

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Al llegar a la habitación de Alexander y Vègobre, se encontró con que el segundo ya estaba despierto y, de echo, estaba leyendo un libro sobre leyes.

— Buenos días, traje cosas para la resaca — lo saludó Antonio mientras dejaba sobre el escritorio la bolsa que llevaba con él.

— Trajiste café, ¡genial! — celebró el suizo, levantándose de la cama para agarrar una de las bebidas en lo que Antonio intentaba despertar a Alexander.

— Cinco minutos más, mamá — murmuró el pelirrojo, dándole la espalda a Salieri y tapándose la cabeza con la almohada.

— No soy tu madre, Alexander, así que levanta el culo — ordenó Antonio —. ¡Vègobre! ¿¡Qué narices haces!? — le preguntó al otro al ver que sacaba de debajo de la cama una botella de vodka.

— Darle sabor a la vida — afirmó Pierre, destapando la botella.

Salieri rápidamente dejó la tarea de intentar despertar a Hamilton y le quitó la botella al de cabellos cobrizos.

— Ni se te ocurra, ya le distes suficiente sabor ayer — le negó.

— Soy suizo, estaré bien — prometió.

Viendo que era imposible convencer a Vègobre de que tomara el café sin echarle alcohol, retomó su tarea de despertar a Alexander, el cual parecía que iba a dormir todo lo que le faltó en su vida anterior.

— No me dejas otra opción, Hamilton — avisó Salieri.

— ¿Que vas ha hacer? — preguntó Pierre antes de darle un sorbo a su bebida al ver que el italiano agarraba una bolsa de plástico.

— Observa — fue todo lo que me dijo.

Antonio empezó a hinchar la bolsa como si fuera un globo, luego la acercó a la oreja de Alexander y después la golpeó con fuerza. El sonido de explosión producido por la bolsa fue lo suficiente estimulante para despertar a Hamilton y que se pusiera de pie de un salto, insultando a los británicos por atacar tan pronto y, de paso, que Vègobre se quejara de que casi se le cae su café del susto.

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