Prólogo

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— Sabes que es lo mejor para ti — dijo Florian, intentando convencer a su hijo de que aquello no era tan mala idea.

— Estoy cansado de ser el nuevo de todos los sitios, no quiero más — se negó Antonio, aún sin dirigirle la vista al adulto —. ¿A demás, por qué yo solo y no vienen Anna*, Teresa* y Franz*? — preguntó con cierto desagrado mal disimulado.

— Porque ellas no padecen de alucinaciones que las llevan a intentos de suicidio — argumentó Florian intentando no salirse de sus cabales, pero esa es una tarea complicada y sobre todo si estabas lidiando con un Antonio adolescente ardido con la vida por segunda vez. 

— ¡Eso no es cierto! — se negó Antonio y su padre encaró una ceja.

— Entonces no te importaría levantarte la manga del brazo derecho, ¿o sí? — preguntó el mayor.

— Era eso o el perro, creo que el perro es más importante — se defendió Antonio, causando que Florian suspirara agotado.

— Vamos, intenta darle una oportunidad, allí habrá gente como tú — le insistió.

— ¿Habrán más depresivos que cargan la culpa de un acto que jamás cometieron, pero a día de hoy todo el mundo lo toma como algo totalmente cierto, tienen brotes de alucinaciones, estrés post traumático y con síndrome del impostor? Wow, suena como un lugar super agradable donde se podría rodar la siguiente película de princesas Disney — comentó con una sonrisa irónica.

— Ahórrate el sarcasmo para cuando estés allí, niño — le dijo Florian, despeinándolo con cariño.

— Soy un adulto, puedo escoger lo que es mejor para mí — se quejó Antonio, cruzándose de brazos y haciendo un pequeño puchero.

Florian trató de aguantarse una risita divertida ante el comportamiento todavía algo infantil de su hijo.

— Todavía te faltan unos meses para cumplir los dieciocho, así que sigo mandando yo — afirmó.

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Tiene que admitir que el lugar no es tan horrible como pensaba, pero eso nunca se lo admitiría a su padre.

— Así que tú eres mi compañero de habitación, ¿no? — le preguntó alguien de repente.

No pudo evitar pecar un brinco ante el susto que el otro le había dado y al girarse sintió que el alma se le escapaba del cuerpo un poquito.

El chico que le acababa de hablar era muy alto por lo que tenía que inclinar hacia atrás la cabeza mucho para mirarlo, también se fijó que era tan pálido como la pared, que tenía el cabello rubio liso recogido en una coleta algo suelta y que sus ojos eran muy azules, casi como unos que bailaban en sus recuerdos.

— Sí, me llamo Antonio, ¿y tú? — se presentó él, apartando la mirada porque empezaba a sentirse algo incómodo.

— Puedes llamarme John, Laurens o no llamarme, lo que sería mejor — le respondió secamente.

Antonio se sintió un poco mal ante la actitud borde de quién sería su compañero de habitación. No es que nadie lo hubiera tratado con dureza nunca, pero esa mirada azulada lo rompía más de lo que debería.

— Oh, lo tendré en cuenta — murmuró.

John empezó a arrepentirse de haber sido tan borde con alguien que no conocía y que tampoco le había hecho nada, además de que tendrían que compartir espacio por mucho tiempo y no era cuestión de empezar con mal pie.

— Oye, perdona por mi actitud, no soy muy bueno hablando con desconocidos — se disculpó con el chico pelinegro.

— No importa, lo entiendo — aseguró Antonio con una pequeña sonrisa comprensiva.

Mientras el recién llegado terminaba de desempacar y ordenar sus cosas, John lo miraba discretamente, tratando de adivinar algo sobre su nuevo compañero.

— ¿Ya te han enseñado el lugar? — interrogó Laurens.

— No, solo hablé con la orientadora y ella me guío aquí, aunque he visto que hay mapas colgados en los pasillos — contestó Antonio.

— Esos mapas son una puta mierda, solo te confunden aún más — afirmó John —. Yo seré tu guía en este infierno — añadió.

— ¿Tan malo es este lugar? — preguntó el azabache.

A ver, no va ha decir que no se lo esperaba si la academia está llena de gente de otros siglos con problemas para adaptarse a una vida "normal", pero mantenía una pequeña esperanza de que no sería tan horrible como creía cuando su padre se lo dijo.

— No es tan malo, George Washington y Josef von Habsburg intentan hacer este lugar más animado para todos y controlar que a nadie le pase nada, por algo son los directores — prometió Laurens.

Antonio frunció el ceño durante unos segundos y luego le entró la risa, causando que John lo mirara con confusión.

— Lo siento, lo siento — se disculpó Antonio, intentando calmarse —. Es que lo último que esperaba era a un presidente y a un emperador siendo directores de una academia para inadaptados — explicó su punto de vista.

~º~

Anna*, Teresa* y Franz*: ellos eran los hijos biológicos de Florian Gassman y Barbara Dam. 

Feliz jawolin, digo jueves :P

Firmado: Cati le roba a Diana la historia jkaja saludos os amo viva Vegobre y los gays muertos del XVIII saludos :P 

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