— Ya era hora, pensábamos que os había tragado el monstruo del armario o algo — bromeó Pierre al ver llegar finalmente a John y Antonio.
— Es culpa de Antonio, que ha decidido hacerse un cambio de look en el último momento — se excusó Laurens, apuntando acusadoramente al culpable de su retraso.
— Bueno, al menos le ha quedado bien, no como cuando Wolfgang lo intentó y se le quemó el pelo — opinó Alexander —. Luego le tocó raparse — añadió, soltando una risotada al recordar la imagen de Mozart calvo y muy indignado.
— Ay, que malo eres con el pobre Wolfgang — le dijo Pierre.
— ¿Pobre? Si el otro día me lanzó un huevo a la cabeza — se excusó Hamilton.
— Porque tú se lo pediste — le recordó Laurens.
— No, no, yo le dije la botella de plástico — rectificó el pelirrojo.
— Bueno, gracias a eso te hiciste viral en TikTok — dijo Salieri a lo que Alexander murmuró "Ahí tienes razón" —. Por cierto, hablando de Wolfgang, ¿lo habéis visto? — les preguntó.
— Sí, estaba por ahí persiguiendo posibles ligues — respondió Vègobre vagamente.
— Ah — fue todo lo que dijo Antonio.
— ¿Te molesta? — preguntó Alexander, sonriendo demasiado parecido al gato de Alicia en el país de las maravillas al notar que el tono de voz de su amigo era uno de desilusión.
— Para nada — aseguró el italiano, frunciendo el ceño —. ¿Por qué debería de molestarte? Él tiene su vida y yo tengo la mía, siempre ha sido así — cuestionó.
— Mira, no sé, el rollo que lleváis es más raro que un perro verde — le dijo John, abrazándolo por encima del hombro —. Pero si te gusta lo mejor es que hables con él — añadió.
Antonio se puso rojo como un tomate y empezó a negar con la cabeza, apartando a Laurens.
— No cariño, que no te has enterado de la movida — aseguró Alexander —. Que el pobre no sabe si amar a Wolfgang o a una muchacha que podría ser su esposa de su vida anterior — le explicó.
Salieri quiso refutar las palabras del caribeño, pero no encontraba argumentos sólidos y cerró la boca, sintiéndose que estaba a punto de entrar en combustión de la vergüenza que sentía.
— Cerrar la boca — les ordenó Pierre de repente —. No veis que lo estáis agobiando — dijo, señalando al muchacho italiano con el rostro más rojo que un tomate maduro —. ¿No habéis pensado en que tal vez no lo tiene asimilado como nosotros? John, ponte en su lugar, imagina que hace unos años, antes de ir a terapia, te hubieran chinchado de ese modo con Alexander o conmigo — les mandó a reflexionar.
John, rápidamente levantó las manos, como indicando que él era inocente y que Alexander tenía toda la culpa.
— Antonio, tío, lo siento, no lo había visto de ese modo — se disculpó Hamilton, empezándose a sentir culpable —. No era mi intención molestarte — aseguró.
— Está bien, no te preocupes — prometió —. De verdad — reafirmó al ver que Alexander iba a volver a disculparse.
— Bueno, cambiemos de tema mejor — propuso John.
— Si no os molesta, iré a dar una vuelta — les avisó Salieri.
— Nosotros seguramente nos quedemos por aquí, por si quieres reintegrarte — dijo Pierre y Antonio asintió con la cabeza antes de marcharse.
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Había estado caminando sin rumbo por un rato, reflexionando sobre todo lo que estaba pasando, hasta que se cansó y se apoyó en el tronco de un árbol mientras seguía en su mundo.