Salieri era consciente de que tenía unas habilidades sociales muy bien desarrolladas, probablemente por pasarse sus vidas en casas de acogida, y en menos de dos semanas ya se había integrado al lugar y a su ¿grupo de amigos? ¿Ellos lo consideraban un amigo? ¡No, no, no es momento de empezar así!
— Antonio, Antonio, Antonio, préstame atención — le llamó Wolfgang muchas veces, sacándole así de sus pensamientos.
— ¿Qué pasa, biondo? — preguntó, levantando la vista de su libro.
— Necesito ayuda, me he quedado atascado aquí — explicó el salzburgués pasándole una libreta.
— Wolfer, dejé de componer hace mucho y ni me gusta el reggaetón, así que estás solo en esto — dijo Salieri después de leer lo que el otro le había señalado.
Mozart hizo un puchero triste y le miró, muy dramáticamente, como si le hubiera traicionado de la peor forma posible que solo causó que Antonio se riera y le despeinara el poco cabello rubio que no estaba rapado.
— ¡Oye, que estaba peinado! — se quejó Wolfgang.
— Anda, pídele ayuda a John, a ver que te dice — le ordenó Salieri, señalando con la cabeza al otro rubio que estaba preparando su bolsa de deporte.
— Que mi padre me obligara a dar clases de clavecín no significa que sepa componer — especificó Laurens no teniendo ganas de que los músicos lo metieran en sus cosas raras.
— ¡Sois malos, no queréis ayudar a esta pobre alma en pena! — los acusó Mozart a ambos mientras se acostaba dramáticamente sobre las piernas de Antonio.
— Sí, sí, lo que tú digas Wolfer — dijo Laurens haciéndole burla abriendo y cerrando su mano, como indicaba que el otro hablaba mucho.
— No me llames así — se negó Wolfgang, causando que John lo mirara con el ceño fruncido.
— Pero... — empezó a quejarse, pero Salieri le hizo un gesto que le indicaba que lo dejara, que era un poco especialito —. Como sea, me voy — lo ignoró.
— Buena suerte en el entrenamiento — dijeron ambos antes de que el muchacho de ojos azules más alto abandonara la habitación.
Los dos antiguos músicos de la corte se pasaron un rato mirando a la nada, pensando en todo y echándose unas risas mientras hablaban de cualquier tontería que pudiera ocurrírseles, como desde porque Wolfgang había sido baneado de los laboratorios, a pesar de que sus estudios no incluían esa aula para nada, hasta como el otro día una araña gigante apareció en la habitación y John insistió en adoptarla como su mascota.
— ¿Ya me estás echando? — preguntó Mozart mirando desde la cama de Salieri como este sacaba unos apuntes de su mochila.
— Solo digo que voy a estudiar y no vas a dejar que me concentre — rectificó Antonio, dejando las hojas al lado del rubio.
— ¿Será por mi bello rostro acaso? ¿O tal vez por mi encantadora personalidad? — propuso Wolfgang mientras hacía poses de modelo de una forma algo extraña —. Además, es viernes y los viernes no se estudia — afirmó.
— Que tú no estudies no quiere decir que el resto del mundo lo haga — le dijo dándole un golpecito en la frente con el dedo.
— ¿Y si me quedo en silencio y no te molesto me puedo quedar aquí? — preguntó Wolfgang.
— ¿Tú? ¿En silencio? Eso es imposible — aseguró Salieri con una risita mientras se sentaba en la cama —. Podrías ir a hablar con Alexander un rato, pasear o algo por el estilo — le ofreció.