París, las calles, la gente, la lluvia, el frío, la desesperación, la culpa, el miedo, una melodía en sus oídos y el llanto en sus ojos. Su cabeza daba vueltas y no podía concentrarse en nada, estaba mareado y se sentía desfallecer.
Caminaba sin rumbo, sentía sus piernas pesadas y ya nada tenía sentido. Tropezó con sus propios pies y perdió el equilibrio, pero no cayó ya que unos brazos lo agarraron a tiempo y lo acompañaron con suavidad hasta el suelo.
Escuchaba una discusión de fondo, pero no entendía bien lo que decían y la realidad se sentía diferente, como si la estuviera viendo a través de un velo opaco, era como si estuviera desenchufado de todo lo que le rodeaba hasta que una mano acarició amorosamente su mejilla.
— Ahora estás a salvo, Wolfgang — le dijo una voz que se le hacía conocida —. Puedes regresar —le prometió antes de besar su frente.
Wolfgang parpadeó confundido mientras que poco a poco su vista se fue enfocando y estiró el brazo hasta apoyar su mano en la mejilla de Antonio.
— ¿Has cruzado casi dos ciudades solo para venir a consolarme? — preguntó Mozart, conmocionado.
Alexander iba a decir algo, pero Teresa le hizo guardar silencio al ponerle su mano en la boca y en un acuerdo silencioso decidieron dejarles un rato solos.
— Como siempre he hecho — contestó Salieri —. No iba a dejarte lidiar con esto de nuevo — afirmó.
— Eres un ángel, Antonio, de verdad — dijo Wolfgang, sintiendo que volvería a llorar.
— No digas tonterías, Wolferl — murmuró Antonio, ayudando al rubio a levantarse del suelo, pero casi se vuelven a caer cuando Mozart lo abrazó de repente un poco más fuerte de lo que esperaba —. Tranquilo, tómate tu tiempo, ¿quieres que nos volvamos a sentar? — le preguntó
— Por favor — pidió.
— Ven, vamos al sofá ese — le dijo Salieri, ayudándolo a caminar hasta el lugar en concreto pues Mozart sentía que sus piernas se habían convertido en gelatina.
Durante un tiempo ambos permanecieron en completo silencio, Antonio sentado e intentando no moverse ni un centímetro pues Wolfgang, en el momento en que llegaron, se había acostado con la cabeza sobre sus rodillas y acto seguido se había desconectado de la realidad. Era la primera vez que veía a otra persona entrar en ese estado de "ensoñación", dónde se estaba completamente quieto, sin ningún tipo de emoción en el rostro y una mirada fija en un punto cualquiera.
De la nada Wolfgang empezó a llorar, pero sin moverse ni un poco o hacer algún ruido, lo que claramente asustó a Salieri que al intentar buscar algo de ayuda con la mirada solo se encontró con el recepcionista mirándolos como si tuvieran algún tipo de problema mental. Con cuidado de no sobresaltar al rubio, tomó una de sus manos y la apretó un poco, sorpresivamente recibiendo un apretón en respuesta casi de inmediato por lo que entendió que Mozart todavía era un poco consciente de lo que pasaba a su alrededor así que comenzó a hablarle de cualquier cosa que pudiera distraerlo de los pensamientos nocivos.
Finalmente cuando Wolfgang volvió a estar completamente en sus cinco sentidos, el resto del grupo regresó a la sala, aunque ninguno ahora sabía qué hacer bien.
— Washington nos llamó — comentó Alexander —. Estaba cabreadísimo porque nos hemos escapado, pero ya le he explicado las cosas y nos dijo que no volviéramos muy tarde y que estamos castigados — les informó —. Bueno, Wolfgang no porque él ya estaba justificado por su padre y Teresa porque no está registrada allí — añadió.
— Genial, ahora estoy siendo castigado más que nunca — murmuró Antonio algo fastidiado.
— No te preocupes, acabas acostumbrándote — aseguró John.