12. Te amo

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—¿Que haces aquí?

Me detengo a un metro de él. Pensé que no me había oído entrar pero parece que si.

—Quería... estar contigo —juego con mis manos.

Él ríe.

—¿Por qué querrías hacerlo?

—Oh, vamos, ¿vas a volver a comportarte como un idiota? No tienes que fingir conmigo —me acerco hasta quedar detrás de él. Aún no voltea a mirarme. Suelta un suspiro.

—Sabes que no puedes estar cerca de mi.

—Pero no hay nadie cerca... y tampoco te veo hace días —bajo la cabeza.

De repente, unos brazos me rodean pegándome a su cuerpo. Correspondo el abrazo con fuerza y apoyo mi mejilla contra su pecho, escuchando como su corazón empieza a latir más rápido e inhalando su aroma.

Extrañaba esto.

—Te extraño... —susurra.

—Y yo a ti —cierro los ojos disfrutando el momento.

Besa mi cabello y se separa un poco de mi pero sin soltarme.

—¿Está todo bien? —la preocupación en sus ojos es evidente.

—Si, todo bien —sonrío un poco— ¿y tú?

—Todo lo bien que puedo estar si no estoy a tu lado —acaricia suavemente mi mejilla y cierro los ojos por el contacto.

—Quisiera poder estar así todos los días contigo —digo con algo de tristeza, acunando su mejilla con mi mano.

Me acerca más a él por la cintura y junta su frente con la mía.

—Si te digo algo en este momento, ¿te asustarías?

Frunzo el ceño por la confusión.

—Depende de qué me vas a decir —mis manos se dirigen a su nuca y una de ellas acaricia su cabello castaño.

Él suspira. Lo siento tenso, como si estuviera pensando en cómo reaccionaré cuando por fin diga...

—Te amo.

Mi corazón da un vuelco y empieza a latir rápidamente. Esperen, ¿acaba de decirme que... me ama?

Sus manos se tensan en mi cintura, cierra los ojos y parece que se va a arrepentir por haberlo dicho. Oh, no, de eso nada. Con mis manos en su nuca lo atraigo a mi y lo beso. Él me sigue, algo sorprendido por el hecho de que, por primera vez, soy yo quién le roba un beso. Me separo de sus labios y lo miro a los ojos.

—Te amo —acaricio su mejilla.

—¿En serio?

—Claro que sí —sonrío un poco.

—No estoy soñando, ¿verdad?

Suelto una risita.

—No, tonto, no estás soñando.

Él ríe.

—Pensé que si lo estaba.

—¿Por qué?

—Primero me has robado un beso, ese es mi trabajo en nuestra relación, pequeña ladrona —besa la punta de mi nariz—. Y segundo, pensé que nunca te escucharía decir que me amabas.

—Pues, ¿qué crees? Primero, lo de los besos podemos negociarlo, yo puedo robártelos y tú a mí —le doy otro beso—. Y segundo, te amo y nunca me cansaré de decirlo; aunque creo que debería demostrártelo cada vez que nos veamos —río un poco.

—No tienes que demostrarme nada. Sé que me amas, y no porque lo digas, sino porque lo demuestras —sus ojos cafés tienen ese brillo que siempre veo cada vez que me mira y hace que sienta mariposas—. Tus ojos, tus labios, tus manos, tu cuerpo, todo tú me lo demuestra, y eso es lo que más me gusta de ti —besa mi frente—. Aunque también me gusta que me lo digas —sonríe y hago lo mismo.

—Te amo —vuelvo a decirlo.

—Y yo a ti, pequeña ladrona —esta vez, es él quien me roba un beso.

***

Me despierto agitada, mi corazón late desenfrenado y las lágrimas en mis ojos ya no pueden resistirse y empieza a caer. Sollozos salen de mis labios y hacen estremecer mi cuerpo. Mis manos se dirigen lentamente a la cadenita que está sobre mi pecho y las yemas de mis dedos pasan sobre el grabado detrás del corazón.

Te amo.

La realidad me golpea otra vez, como hace seis meses, mediante pesadillas... o más bien recuerdos, recuerdos dolorosos. Pesadillas que solo me recuerdan que lo he perdido para siempre. Que no regresará. Y que no volveré a escuchar un te amo de esos lindos labios, del chico que me volvía loca.

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