—¿Estás celosa? —su voz es burlona, apuesto a que está sonriendo y tengo ganas de borrarle esa sonrisita.
—No.
—¿No te han enseñado que es malo mentir?
—¿Y no te han enseñado a no joder a una persona si tiene una tijera al costado?
—No te considero peligrosa, así que no me das miedo.
Maldito estúpido.
Agarro la tijera y la apunto en su dirección, entre medio de sus ojos color gris que tanto me gustan pero que a la vez odio.
—Sigue jodiéndome como vienes haciendo desde hace rato, y te aseguro que te clavaré esta tijera en la cabeza.
El ríe... Un momento, ¡¿se está riendo de mi?!
Hijo de su...
—¿Entonces eso significa que no me quieres cerca? —enarca una ceja, burlón.
—Se vé que tienes un poco de cerebro, ahora, lárgate —aparto la tijera de su cara y la pongo encima de la mesa comenzando a alejarme a mi habitación. Pero cuando estoy a punto de abrir la puerta, una mano me agarra del brazo y me voltea algo brusco, haciendo que choque contra la madera y que quede acorralada entre su cuerpo y la puerta.
Oh, mierda. ¿Hacía cuánto tiempo no lo tenía así de cerca?
Sus manos se acomodan a los lados de mi cabeza y se acerca un poco más a mi, pero no me atrevo a levantar la mirada.
—¿Qué pasó? ¿La fierecilla de hace un momento se ha escondido? —su voz se escucha grave y... de algún modo seductora.
Trago saliva.
No te acobardes... No te acobardes...
Levanto la mirada hacia él, encontrándome con esos bonitos ojos grises mirándome con algo que no puedo interpretar.
—Eso de que no me quieres cerca... no te lo creo —susurra inspeccionando mi rostro y deteniéndose un momento en mis labios, que por acto reflejo de entre abren un poco. Una de sus manos se acerca a mi rostro, pasando los nudillos por mi mejilla, por mi mandíbula y acaricia mi labio inferior con su pulgar, mi respiración se acelera—. Sabes que no podrías mantenerte alejada de mí.
Y ahí está su maldita arrogancia.
—Lo he intentado —miento.
—Por más que lo intentes sabes que no podrás, de la misma forma que yo no puedo mantenerme alejado de ti y de la misma forma en la que no puedo evitar imaginar las cosas que te haría si fueras mía —su rostro se acerca más al mío al punto de que nuestras frentes están pegadas, nuestras narices se rozan y nuestras respiraciones se combinan—. Sabes lo mucho que me deseas aunque lo niegues, me deseas más de lo que quisieras admitir.
Me quedo en silencio porque no quiero aceptarlo, pero tampoco sé cómo darle la contra porque sé que es verdad.
—Quieres que me mantenga alejado de ti cuando ambos sabemos que esto se nos está escapando de las manos y es innegable la atracción que sentimos el uno por el otro —empieza a rozar sus labios con los míos y temo que de un momento a otro me vaya a dar un infarto—. Estos labios... —susurra—, me muero por probarlos.
—Y yo quiero que lo hagas... —susurro.
Y eso es exactamente lo que hace.
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Relatos
RomancePequeños relatos de situaciones imaginarias de mi loca cabeza. En fin, de todo un poquito. Atte: La autora.