Capítulo 2

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Después de aquel momento en la cafetería, el día había transcurrido de forma tranquila. No había vuelto a presenciar la anatomía de los Klein por ninguna parte del campus, ni siquiera los había visto rondar por los grupos populares en las horas libres. Era como si se hubiesen esfumado, como si realmente no existiesen cuando no eran dignos de exponerse ante la gente. En cambio, cuando estaban presentes, eran protagonistas de los suspiros de las chicas y las miradas de envidia de los chicos. Algo completamente extraño y ajeno a todo lo que había presenciado en mis anteriores institutos.

Sí, una gran curiosidad se apoderó de mi. Sí, mi intuición siempre acertaba. Y sí, también era un peligro para mi la intuición de mi curiosidad. Era mi propia bomba de relojería.

Por esa misma razón me había obligado a ser una adolescente normal, por lo menos tenía que fingir ser lo más normal posible y adaptarme a la realidad. No debía, bajo ninguna circunstancia, alimentar mi curiosidad. Aunque los rumores de los alumnos de Joseline Kland lo hacían. Me estaban haciendo desear descubrir todos sus secretos, justo como lo había echo en Monroe. Pero esa era otra historia, querido lector.

Al terminar las clases, Emma insistió en que fuese a la fiesta que organizaba Doroty ( una chica con bastante prestigio social). Claramente, si hubiese valido para algo mi respuesta, habría dicho que no. Pero Emma no me dejó experimentar aquello porque no aceptó un no como respuesta. En ese momento noté algo.

Emma: era la líder del pequeño grupo; ella siempre decidía todo; obsesa por el control.

Lea: su mejor amiga. Habladora; confiable; servidora de los deseos y peticiones de Emma.

Leo: coqueto; poco hablador; amante de estar en su mundo escuchando música.

Aquello lo había deducido en la cafetería, ya que, Emma era la que hablaba y la que imponía los temas principales de la conversación, mientras que Lea se encargaba de hacer comentarios a cada rato y Leo, ausente, escuchando música sonora con sus auriculares. Sin duda, eran un grupo común. Encajaría bien, o eso pensaba.

Ya en casa, me quité aquel molesto uniforme, cubriendo mi cuerpo por un pijama de lana. La fiesta sería dentro de cinco horas. A las once de la noche empezaría todo.

Antes de comenzar a ponerme al día con todas las tareas que me habían impuesto los profesores, decidí llamar a mi padre. Realmente lo echaba de menos y no estaba acostumbrada a tenerlo tan lejos, sin poder verlo ni abrazarlo. La única persona que realmente me había apoyado desde niña se encontraba a kilómetros, sin poder consolarme cuando los malos recuerdos de Monroe volviesen convertidos en pesadillas.

Después de cinco segundos de tonos de llamada, lo escuché desde la otra línea, sonriendo con un aire de melancolía en el ambiente.

- Hola, princesa.- Su voz se escuchaba cansada, como si hubiera estado trabajando toda la noche- ¿ Cómo te encuentras? ¿Todo por allí está saliendo bien?- Lo escuché proseguir, pero su voz no se sentía animada, si no demasiado ausente.

- Papá...

- No lo digas. Ni se te ocurra decirlo, Abril.- Me cortó. Su voz sonó autoritaria, pero me negué a seguir órdenes.

- Sabes que puedo volver en cualquier momento, papá. Sabes que no tienes porque cargar tú con todo. No eres el responsable de nada... - Hablé, sintiendo como con cada palabra la acumulación de lágrimas en mis ojos.

La línea quedó en silencio. Supongo que se debatía en que contestarme, ya que, mi padre siempre pensaba antes de responder a situaciones tan importantes y decisivas como esta.

- Dime, ¿ cómo es todo por allí? Escuché que tienen un muy bien nivel de idiomas. Espero que realmente te apliques para sacar buenas notas.- Contestó, utilizando el método del cambio de tema. Odiaba aquello, pero no podía replicarle absolutamente nada de su comportamiento.

El Recuerdo de Abril Jones ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora