Capítulo cinco.

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―¿Te construyo yo el ataúd, compae? ―Las piernas de Cristiano golpearon el suelo con un fuerte impacto al bajar del caballo

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―¿Te construyo yo el ataúd, compae? ―Las piernas de Cristiano golpearon el suelo con un fuerte impacto al bajar del caballo. Ahogó un quejido―. Supongo que es lo más benevolente que puedo hacer por ti ¿O prefieres que te arroje al mar?

Una sonrisa sardónica se asomó por los labios de Nicolás. Arriba del caballo alazán, observó lo movido de las calles cercanas al puerto principal. El olor del pescado y el agua salada predominó por encima de la tierra húmeda. Una fétida peste lo hizo arrugar la nariz. Olía a estiércol de caballo mezclado con ron. Al fondo, la fila de puestos abastecía a sus compradores con una rapidez impresionante. Vio a uno de los hombres de Sofía acercarse a una pulquería.

―¿No puedes confiar en lo que hago? ―cuestionó Nicolás de forma pausada y suave, pero al mismo tiempo firme.

―Supongo ―afirmó su segundo, asegurando el caballo a un poste. Le dio la espalda mientras obraba una firme amarradura―. Espero que sepas en qué lío te estás metiendo.

Nicolás asintió al tiempo que le echaba una rápida mirada a la mulata, quien se abanicaba con la desesperación digna del calor de la muchedumbre. Movía los labios a prisa, enfrascada en una conversación con Samuel, que parecía reprenderla con la mirada. El castaño levantó la cabeza y lo miró, evidenciando en sus gestos el desagrado que sentía por él.

Un golpe al caballo llamó su atención.

―Te dije que tus sentimientos te iban a traer problemas. ―A pesar de sus palabras ásperas, Nicolás observó una sonrisa divertida en el rostro de su compañero―. Solo un tonto se involucra con una hembra como esa. 

―Sabes que de vez en cuando me van las tonterías.

Finalizada la conversación acalorada, Nicolás observó a Samuel alejarse con los hombres que acompañaban a Sofía rumbo al puerto. Al perderlos de vista, Sofía recogió las faldas y cruzó la calle hasta detenerse junto al caballo.

―Van a buscar un lugar seguro donde pasar la noche ―le informó. Retomó los movimientos rápidos de la mano al agitar el abanico―. Conozco un lugar donde podemos comenzar a indagar sobre el paradero de Lope de Castro.

―¿Dónde? ―Nicolás chasqueó la lengua mientras bajaba del animal para mantenerlo calmado.

―En una casa pública.

Por la manera en la que rodó los ojos, Nicolás imaginó que Sofía se esperaba la mirada inquisitiva que le concedió.

―Ya recibí esa mirada ―protestó ella― y a ti también te digo que voy a ir.

El caballo se sacudió, relinchando con ahínco. Nicolás lo tranquilizó al frotar el cuello.

―¿Sabes dónde está? ―preguntó él.

Sofía lo miró fijamente a los ojos, sorprendida.

―Conozco a la mujer que Ricardo mencionó, la que sabría donde encontrar al falsificador. ―Su mirada atenta la inquietó. No tenía gestos tensos o el cuerpo rígido, ninguna señal que demostrara su descontento―. ¿No vas a ordenarme que no vaya? Es una casa pública, con prostitutas.

La decisión del corsario (Valle de Lagos 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora