Capítulo trece.

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Durante los dos días siguientes, encontrar a Cristiano fue imposible

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Durante los dos días siguientes, encontrar a Cristiano fue imposible.

Lo buscaron por todos los lugares donde Nicolás creyó que estaría. No había visitado los burdeles, los mercados de reputación dudosa ni el puerto. Tampoco se había hospedado en una posada, de modo que se cuestionó dónde había pasado las noches anteriores.

No sabía si preocuparse, qué pensar... La reunión con el almirante estaba próxima, pero no le parecía correcto asistir a ella sin conocer el paradero de Cristiano o el de los muchachos de Sofía.

¿A dónde habrán ido? ¿Y qué estaban planeando? Cristiano nunca había actuado a sus espaldas ni mucho menos había dejado el barco en medio de una pelea. Ciertamente, la irregular actitud de su segundo de abordo lo inquietaba.

―¿Qué lugares nos faltan por revisar? ―preguntó Sofía.

Casi tenía que gritar. Un atareado tumulto se movía de puesto en puesto mientras hacía sus compras. Se habían retirado a la parte más rural de la ciudad con la esperanza de encontrar a los fugitivos. De momento, lo único que habían encontrado eran golpes de codos en las costillas y un par de maldiciones.

―Que no se alejen tanto de la prioridad en la que estamos, pocos ―respondió Nicolás. Sujetó a Sofía del codo y la arrastró hasta el callejón. Tres jinetes ordenaron a gritos que se hicieran a un lado para permitirles el paso.

―Enviaste a Dugay y a Amaro al sur, y está a casi medio día de viaje ―le recordó Sofía―. Deberían estar por llegar.

―Los envié lo suficientemente lejos para mantenerlos ocupados sin que pareciera tan evidente. ―Una sonrisa de satisfacción surcó el rostro de Nicolás―. Prefiero encontrar a Cristiano antes que ellos.

Sofía se limitó a asentir mientras sacudía la camisa, presa de un sofoco. Resultó más sencillo pasar desapercibida y visitar lugares de dudosa reputación con prendas de hombre, pero el calor apremiante se pegaba a su piel de cualquier forma. Poco tenía que ver con la ropa y más con la conglomeración de gente en lugares como aquel.

Se encontraban en un barrio bastante modesto ―y evidentemente concurrido― del que le había hablado un hombre en el bar que visitaron la noche anterior.

―¿Esperaremos a la noche? ―indagó ella, viendo a la gente pasar a trompicones. El refugio del callejón no era precisamente un remedio al mal de la muchedumbre. Olía a demonios y temía que en cualquier momento una de las dos puertas que alcanzaba a divisar se abriera y les pidieran a gritos que se marcharan.

―Se nos está acabando el tiempo. ―Negó con la cabeza―. El almirante nos recibirá mañana, así que necesito resolver esto hoy.

Sofía se remojó los labios. Su mirada atenta estudió los gestos de angustia, inquietud y molestia que endurecieron su rostro. Incluso parecía envejecido.

―No me parece que Cristiano te haya traicionado ―musitó, creyendo que eran las palabras que más necesitaba escuchar.

Nicolás la observó fijamente a los ojos. Intentó sonreír.

La decisión del corsario (Valle de Lagos 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora