Capítulo quince.

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Irritante

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Irritante. Sofocante. Desesperante. Eran palabras que fácilmente podría emplear para describir al almirante Augusto de la Tejeda. Pero no. Se refería al calor tan agobiante que le pegaba la camisa a la piel a causa del sudor. Incluso Sofía, quien se había llevado un abanico, movía la mano como desesperada en busca de un poco de alivio.

―Pienso que lloverá ―comentó él―. Casi parece el tiempo de una tormenta.

―Eso es lo que parece que surgirá durante la reunión. ―Lo observó de reojo―. Una gran, gran tormenta.

Nicolás intentó sonreír, y en vista de que resultó en una mueca de disgusto, decidió que no lo había conseguido.

―¿Qué tanto nos afecta que Cristiano no viniera? ―indagó ella.

Nicolás sacudió los hombros de mala gana. Debió imaginarse que su segundo emplearía todo su conocimiento para evitar la reunión. Se había marchado antes del alba con la excusa de buscar a Dugay y a Amaro. No habían regresado de su viaje y sospechaban que no conocían el camino a la propiedad. Era sencillo perderse en aquella selva.

―No tanto ―respondió Nicolás―. Puedo transmitirle al almirante la información. De todas maneras, era preferible que él rindiera declaración.

―Ninguno de ustedes se llevan bien

―Es difícil entenderse con un imbécil.

―O con un testarudo. ―Sofía lo observó de refilón. Nicolás esbozó una pequeña sonrisa, dándole a entender que sabía que hablaba de él―. ¿Lo decías en serio?

―¿Mm? ―Ladeó la cabeza en su dirección.

―¿Llevarías a Marita a tu plantación?

―Mi plantación. ―Sopesó el impacto de esas dos palabras―. ¿No querrás decir «nuestra» plantación?

―No estamos casados.

―Porque no se nos ha presentado la oportunidad. ―Estudió los posibles cambios en su rostro. Era consciente de lo que significaba tanto para ella como para su familia una plantación. La sonrisa dulce que le concedió espantó la pequeña preocupación―. Pero sí: la llevaré con nosotros ¿O no estás de acuerdo?

―¡Claro que estoy de acuerdo! ―dijo de inmediato. Incluso hubo un deje de emoción en su voz―. Solo que no estoy segura de que ella quiera. Después de todo, somos unos desconocidos.

―Querrá ―la convicción hizo vibrar su voz―. No quiere volver a la calle, y por como reaccionó a nuestras preguntas, me pareció de lo más evidente que el hombre que le iba a pagar le despierta temor. Casi se pone a temblar cuando le dije que podría buscarla para recuperar la carta.

―Debe significar que lo ha visto en persona.

―Lo supongo, pero no quise preguntarle. Hay que dejar que se acostumbre a nosotros o pensará que la tratamos con amabilidad para obtener respuestas.

La decisión del corsario (Valle de Lagos 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora