Capítulo nueve.

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Sofía moría de hambre, y no se había percatado de tan importante hecho hasta que bajó las escaleras y se dirigió al salón donde habían servido una merienda

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Sofía moría de hambre, y no se había percatado de tan importante hecho hasta que bajó las escaleras y se dirigió al salón donde habían servido una merienda.

Lavarse le había tomado más tiempo del que creyó. El agua estaba tibia, y no fría como había creído, así que se sumergió en la tina con un murmullo de contentura. Nicolás le había dicho que estaba hecha un desastre, y era cierto. Por Dios, todo su cuerpo dolía, desde las palmas hasta los pies, y una grata opresión en su ingle reafirmó lo que había acontecido unos minutos antes.

Se había vuelto a entregar a ese hombre y su cuerpo gruñía extasiado, agotado, dolorido... Y feliz. Muy feliz.

Mientras el agua la arropaba, observó a Nicolás tomar un paño y lavarse. Sofía echó la cabeza hacia atrás y disfrutó de la vista. Era tan maravilloso...

―Me adelantaré para pedir algo de comer ―anunció Nicolás mientras terminaba de vestirse. Envolvió su muñeca izquierda con el paño negro―. ¿Se te antoja algo en específico?

Sofía negó con la cabeza. Incluso hablar la agotaba.

―Bien. ―Se inclinó hacia ella y le robó un beso. Aquel asalto duró lo suficiente para cortarle la respiración hasta que se sintió mareada―. No te quedes tanto rato en el agua. La brisa comienza a refrescar y no quiero que te enfermes.

―Bajaré pronto ―musitó. Su voz evidenció su agotamiento. Nicolás sonrió contra su boca. A pesar de tener las manos mojadas, Sofía le recorrió con ellas las mejillas rasposas por la barba―. Dame un cuarto de hora.

―Con la cantidad de prendas que las mujeres llevan puestas, un cuarto de hora nunca será suficiente.

―Entonces que sean dos.

Una mueca de escepticismo se dibujó en los labios de Nicolás. Sofía se deshizo de ese gesto con un beso.

Al minuto siguiente se encontraba sola.

Se hundió un poco más en el agua. Suspiró de placer cuando su tibieza, aunque más cálida que fría, le cubrió el cuerpo; la perfecta temperatura le aflojó los músculos agarrotados y doloridos. Las puntas del pelo caían sobre el agua, creando una pequeña corriente oscura flotante, como diminutas serpientes. Metió los brazos en el agua y echó la cabeza hacia atrás.

―Esto es el cielo. ―Inspiró lentamente y cruzó las piernas.

Sus párpados comenzaron a cerrarse. Un soporífero sueño amenazaba con adormecerla. Un nombre, un rostro, una voz... Esa poderosa presencia masculina impidió que se durmiera.

Nicolás.

Nicolás Santamaría.

Le sorprendió la carcajada tonta y embobada que le sobrevino con el simple recuerdo de su nombre.

La imagen de Nicolás desnudándose puso un cálido rubor en sus mejillas. Llevaba siete años rodeada de hombres ―tanto del burdel como los muchachos del barco―, por tanto no es que no hubiese visto antes lo que un hombre ocultaba en el interior de sus pantalones. Pero la desnudez de aquel varón era sublime, como un bocado de oro. Nunca en su vida había tenido el privilegio de toparse con alguien así: alguien que fuera capaz de ocupar sus pensamientos.

La decisión del corsario (Valle de Lagos 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora