Epílogo.

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No se tomaba por costumbre que un tosco varón forjado en batalla, cambiara la espada y la pistola por hachas y picos, el mar por el campo o un bajel por la tierra

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No se tomaba por costumbre que un tosco varón forjado en batalla, cambiara la espada y la pistola por hachas y picos, el mar por el campo o un bajel por la tierra.

Pero el horizonte que veía desde la ventana en cada amanecer, poseía una dulce voz que gritaba «libertad».

Y para Nicolás, ser libre valía cada sacrificio.

―¿Qué te parece? ―le preguntó Nicolás.

El sol del mediodía bañó la caoba, dotándola de un brillo particular como si hubiese sido pintada con oro. Sofía deslizó ambas manos por el vientre abultado y sonrió.

―Es preciosa ―respondió―. No puedo esperar a subirla a la habitación del bebé.

Nicolas sonrió, complacido. No poseía manos expertas cuando de carpintería se trataba, pero tampoco quería encargar la cuna de su primer hijo ―o hija― a nadie más. Quería construirla él mismo.

Por suerte, contaba con la asesoría de un experto.

―Ya que no me han dejado construir la cuna ―habló Samuel. Tenía un tarro de cerveza en la mano. Debía tratarse de la segunda o la tercera―, he tallado una muñeca, si es niña, y una mecedora en forma de caballo, si es niño. Leticia le cosió un vestido bastante bonito.

―Es el regalo más apropiado que hemos recibido hasta ahora ―comentó Nicolás, observando a Sofía de refilón.

Sofía disimuló una sonrisa.

―Lilia le regaló un bastón al bebé ―dijo― para que tuviera con qué defenderse.

Samuel elevó ambas cejas. Levantó la mirada por encima del hombro y detalló los movimientos parsimoniosos y bien pensados de la mujer en cuestión. Sus manos estaban apoyadas en la empuñadura del bastón.

―Qué mujer tan extraña, ¿no? ―sopesó Samuel, un poco ausente. Lilia hizo un amago de sonrisa ante lo que su acompañante, una mujer negra que debía ser su doncella, le dijo―. No le gusta sonreír.

―Le gusta ―le dijo Sofía―, pero no con todo el mundo. A pesar de ese carácter que posee, me parece que le cuesta entablar relaciones amenas.

―Mm. ―Samuel pudo jurar que Lilia Almonte lo observó fijamente a los ojos. Una mirada perdida y ausente, por supuesto, dada su ceguera. De repente, fue poseedora de una apariencia dulce, aunque entristecida. Apartó su atención de ella―. ¿Qué has pensado sobre las mejoras para el molino? ―le preguntó a Nicolás.

El aludido asintió.

―Son excelentes reformas. Álvaro me ha hecho otras recomendaciones que te contaré en los próximos días. ―El ruido de voces se elevó no muy lejos del lugar en donde estaban―. Los invitados siguen llegando. ―Observó a Sofía de soslayo―. ¿De dónde has sacado a tanta gente?

―De donde hemos sacado a tanta gente ―le corrigió―. He puesto en la lista a tus muchachos y también al...

―Mi buen Santamaría. ―Augusto se aproximó a ellos con una copa de vino que acababa de tomar de la bandeja de un sirviente.

La decisión del corsario (Valle de Lagos 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora