El Pato y la Paloma

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Los pasillos de la catedral siempre eran muy silenciosos, no obstante eso no implica que de vez en cuando cierta joven rompiese ese silencio con el andar de sus tacones; una hermosa chica de un cabello rubio cenizo se dirigía hacia el patio exterior de la catedral, este tenía un gran estanque junto con cuatro preciosos bancos esculpidos en mármol, en uno de ellos se encontraba sentado el Cardenal Ceferino Abaw, la joven se acercó a este, sin decir ni una sola palabra se sentó a su lado y suspiró.

—Buenos días, María. —Saludó Ceferino.

La joven no devolvió el saludo.

Ceferino sacó una bolsa llena de migas de pan, empezó a esparcir el contenido de esta al estanque, al instante, varios patos salieron de la pequeña casa de piedra que había en el centro para tirarse al agua y comer a la par que unas palomas llegadas del tejado se unían a ellos.

—¿Sabes? —Ceferino miró a la bolsa. — Esto me recuerda a una historia, protagonizada por un esbelto Pato y una creída Paloma.

Hace mucho tiempo un joven pato decidió salir de su pequeño estanque, estaba cansado y aburrido de estar siempre deambulando por las mismas aguas y el mismo paisaje una y otra vez, dicho pato se dirigió hacia el bosque a preguntar dónde habían más patos como él, las aves saciaron su sed de curiosidad, informaron al pato sobre un gran y lujoso estanque en medio de una ciudad, donde la comida llovía de los cielos y habían casas de piedras para resguardarse de la lluvia, el pato, emocionado, preguntó donde estaba dicha ciudad, las aves señalaron con el pico la dirección.

—¡Muchas gracias! —Se despidió el pato.

Tras un par de días de viaje, el pato finalmente llegó a la ciudad, mas no pudo el estanque encontrar, por fortuna una paloma pasó por el lugar.

—Disculpe señorita Paloma, ¿Sabría usted indicarme dónde está el estanque en esta ciudad? — Preguntó el pato.

La Paloma observó al contrario de arriba abajo.

—¡No tengo tiempo para hablar contigo! —Replicó la paloma. —¿No ves tus pintas? ¡Pareces un mendigo!

—¿Un mendigo? ¡Tonterías! ¿No puedes ver mi elegancia? — Se pavoneó el pato.

—¿Elegancia? ¿Osas compararte conmigo? Deléitate con mis hermosas plumas, maravíllate con mi esbelto pico, tú no eres más que un sucio mendigo sin hogar. —La paloma se volteó.

—Ah, ¿Pero no eran a las palomas quienes los humanos llamaban ratas del aire? —Añadió el pato.

—Esos humanos no saben de lo que hablan, por eso siempre les dejamos un regalito en el hombro cada vez que podemos.

—Quizás por eso os tengan tanto odio, sin embargo, no vine por eso, ¿Podrías indicarme donde está ese estanque? —Volvió a preguntar el pato.

—¿Por qué debería ayudarte? —Refunfuñó la paloma.

Antes que el Pato pudiera contestar una tormenta estalló de la nada, ambos pájaros corrieron a refugiarse con sus cortas patas. Finalmente pudieron ocultarse en un callejón techado.

—¡Todo esto es por tu culpa! —Echó en cara la paloma, sus blancas plumas estaban ahora mojadas, no podría volar hasta que pasara un par de horas y se secasen.

—¿No se suponía que tú eres la de ciudad? ¿Ni tu propio clima sabes?

—Me tienes hasta el pico, que lo sepas, desde que te tengo en mi vida todo han sido desgracias.

—Creo que eres una exagerada, apenas hace cinco minutos que empezamos a hablar. —Contestó el pato.

—Parece que ha sido toda una vida...

La tormenta no cesaba. Pasaron dos días, las calles estaban inundadas, la paloma estaba posada encima de un montón de cajas de maderas mientras que el pato flotaba en la pequeña corriente que se formó por la lluvia. Durante todo este tiempo no pudieron comer nada, sus tripas rugían, no sabían como saldrían de esta. El pato lleno de valor salió nadando a buscar algo que comer, la paloma ni le miró. A las horas el pato acabó volviendo malherido sin ningún alimento, la paloma le miró de reojo, ¿Era preocupación eso que mostraba?

—¿Estás... Has encontrado algo... Para ti? — Preguntó la paloma.

El pato negó con la cabeza, unas lágrimas podían observarse en sus negros ojos.

—Siento no haberte encontrado nada. —Se disculpó el pato.

Finalmente al día siguiente la tormenta amainó, la paloma no tardó en salir volando del lugar, el pato miró como ésta se alejaba poco a poco de su vista. Al rato, la paloma acabó volviendo con ayuda de más palomas, estas ayudaron al pato a llegar al estanque que tanto ansiaba, allí se posó en el agua y se puso a descansar.
Día tras día hasta pasar una semana, la paloma estuvo trayéndole alimentos al pato para que éste se recuperase.

La paloma y el pato se hicieron grandes amigos al final, compartieron historias, hazañas, anécdotas, hasta que llegó la primavera donde el pato debía migrar.

—¿Volverás? —Preguntó la paloma.

—No te dará tiempo a preguntarte donde puedo estar, no tardaré, lo prometo.

Cada año, el pato regresaba y le contaba los lugares tan fantástico que veía, la paloma se asombraba siempre con sus historias, ella relataba los tipos de personas que andaban por la ciudad.

—Es bonito pensar que pese a las diferencias, siempre puede nacer una bonita amistad, ¿No crees? María. —Comentó Ceferino.

La joven rubia cenizo miró los oscuros ojos de Ceferino a la par que arqueaba una ceja.

—¿De verdad no vas a volver con esas chicas? En el fondo, parecía que te lo estabas pasando bien, parecía que les habías cogido algo de cariño.

María se levantó del banco, inclinó la cabeza ante Ceferino y prosiguió con su paseo.

Cuentos de AtnamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora