El Duelo

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En Atnam hay varios gremios, facciones, como quieras llamarlo, cada uno se dedica a una cosa en específico, sin embargo hay dos gremios bastante parecidos, el gremio de cazadores y el clero. Ambos se encargan de exterminar, purificar y lidiar con bestias, además de con ciudadanos que den problemas. La única diferencia es que el gremio de cazadores se encarga de las bestias del exterior mientras que el clero actúa en el interior de la ciudad, aunque hay ocasiones donde ambos colaboran por alguna amenaza, aún así cierta rivalidad existía entre algunos de sus miembros.

—Vaya vaya, pero si son los mugrientos cazadores. —Dije con un tono elevado.

—Cálmate María, te van a oír. —Advirtió mi compañera mientras se acercaba a mi.

—Esa era la idea, Cecilia, que sepan cuál es su lugar.

—Ellos son tan necesarios como nosotros. —Se cruzó de brazos la pelinegra.

El grupo de cazadores se acercó a nosotros debido al comentario que solté. Entre ellos estaba Carmen, una cazadora experta de mi edad, usaba una vieja guadaña como arma, siempre vestía el uniforme de los cazadores, nunca la había visto con ropa de calle, pobrecita, seguro que no sabe ni qué son unas sandalias.

—Buenas tardes, Cecilia, María. —Carmen hizo una reverencia con una calmada sonrisa en su rostro.

—Perdona por lo que dijo María, no era su intención meterse con vosotros. —Excusó Cecilia por mi, fruncí el ceño.

—No, sí que es fue mi intención. —Crucé mis brazos. —Solo sois una sombra de lo que somos el Clero, nos quitáis el trabajo.

—Sabes que solo queremos ayudar. —La cazadora se llevó la mano al pecho. —Lo único que importa es la seguridad de la ciudad y sus habitantes, ¿No?

—Sí, tienes toda la razón, pero el Clero se puede encargar solo de las amenazas, no hacéis falta.

—Déjalo ya María... ¿Por qué te molestan tanto? —Cecilia me agarró del brazo gimoteando.

—Simplemente somos superiores, somos más elegantes, trabajas más eficientemente.

—¿Acaso has visto como trabajamos nosotros? —Preguntó la cazadora encogiéndose de hombros.

—No, ni me hace falta verlo.

—No tengo todo el día, María, si me disculpas voy a darme una ducha. Nos vemos, Cecilia. —Se despidió la cazadora volviendo así con su grupo.

—¡Eso! Dúchate, que te hace falta. —Grité.

Volví al clero con mi "hermana", hubiera sido un agradable paseo de no ser por el sermón que me dio sobre no ser tan brusca y maleducada con los demás. Sinceramente, no lo entiendo, ¿Por qué hay dos gremios que se encargan de hacer exactamente lo mismo? ¿No sería mejor si ellos fueran parte de nosotros? ¿Por qué deben ir separados? ¿Se creen mejores? ¿No somos lo suficientemente buenos?
Dejé mi pechera metálica en la silla, me quité los brazaletes y la protección de las piernas para tirarme seguidamente en la cama y mirar al techo. Tan blanco, tan limpio, tan perfecto.
Me levanté de la cama mirando a la ventana, el día era estupendo, terminé de desvestirme para luego ponerme un largo vestido azul con bordados de plata. Salí de mi habitación y me dirigí hacia el bosque. Como dije, el día era hermoso, no había ni una nube, el campo estaba repleto de flores y habían muchas ardillas alrededor.
Paré de caminar en el llano de siempre y me dispuse a practicar mi canto, son estos momentos los que me dan la vida.

La noche cayó, aclaré mi garganta y procedí a volver al clero, sin embargo, por el camino vi a una chiquilla corriendo, esta me miró a los ojos, estaba llorando. La perdí de vista en seguida, me encogí de hombros y seguí mi camino hasta el clero.
Cecilia me estaba esperando para la cena, aunque no lo admita, adoro su compañía, aunque a veces sea como una niña pequeña y se saque de quicio.

Cuentos de AtnamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora