Polos opuestos

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Los pasillos de la catedral solían ser muy silenciosos, o eso era lo que se decía, ahora mismo dichos pasillos estaban siendo invadidos por el molesto sonido de un enfurecido taconeo.
Tras cruzar la esquina del pasillo que daba al patio exterior me topé con una joven de cabello rubio cenizo, si mal no recuerdo su nombre era María, la pupilo de Ceferino, ésta me dio un codazo para abrirse paso, chasqueé la lengua y la dejé pasar, tenía prisa.
En el patio se encontraba Ceferino, sentado en un banco de mármol alimentando a palomas y patos, Milo me dio un codazo.

—¿Querías verme? Cardenal. —Pregunté mientras me acercaba a él.

—A ambos, Lamark. Necesito vuestros servicios para que os deshagáis de un... problemilla. —Contestó el Cardenal.

Milo se acercó a mi lado, su rostro se veía preocupado. Suspiré desinteresadamente, el Cardenal siempre solía exagerar en sus peticiones, una vez nos pidió que nos deshiciéramos de una gran bestia la cuál resultó ser un mapache que se colaba en los cubos de basura del vecindario.
Observé a Milo nuevamente, su cabello era tan dorado que casi me deslumbraba, iban a juego con sus preciosos ojos esmeralda.

—Espero que no sea otra de tus exageraciones, Cardenal, ¿Dónde tenemos que ir? ¿Qué tenemos que cazar? —Fui directo al grano.

—Debéis ir al desierto, podéis usar uno de los portales para llegar rápidamente. —Ceferino señaló la dirección de la sala de portales. —Hay un gusano de arena que está atacando los barcos mercantes de la zona.

—¡Eso es horrible! —Intervino Milo. —Partiremos ahora mismo, mi Cardenal.

Ceferino asintió, siguió alimentando a las aves, Milo sonrió al ver como éstas jugueteaban en el agua, sin duda se veían felices, anhelaba tener una vida tan tranquila como esos pajarracos.
Acomodé mis cadenas en la cintura asegurando que estaban bien atadas, le di una palmada en la espalda a Milo y nos dirigimos a la sala de portales.
La sala de portales estaba muy bien cuidada, repleta de vidrieras con motivo de los destinos donde llevaban cada portal, rápidamente encontré la vidriera que mostraba un desierto, aguanté la respiración y entré de inmediato.
Valga la redundancia pero el paisaje era desértico, todo estaba repleto de arena, nada más a la vista, a excepción de Milo que llegó después de mi.

—¿Crees que andará muy lejos la criatura? —Preguntó Milo.

—Espero que no, acabamos de llegar y ya quiero largarme de aquí. —Escupí en la arena.

—Deberíamos buscar los barcos destruidos, seguramente la criatura ande cerca de allí. —Sugirió Milo mientras tomaba la delantera.

Volví a suspirar y caminé a su par. Trencé parte de mi cabello azulado para estar más cómodo, Milo me sonrió al ver como jugueteaba con la trenza segundos después de haberla acabado, no pude evitar sonrojarme.

—¿Qué miras? Me pones de los nervios.

—Te veías muy mono, Lamark. —Contestó

—¿Mono? —Chasqueé la lengua. —Más bien ¡Duro!

Alcé ambos brazos sacando músculo para aliviar un poco el ambiente, notaba que Milo estaba algo cansado, la ropa que llevaba no era para estar en el desierto ni mucho menos, aunque le hubiera dicho que cambiarse se hubiera negado, no le gusta perder el tiempo si considera que hay alguien en peligro, y seguramente lo haya.
Tras caminar durante media hora nos percatamos que estábamos encima de lo que parecía ser los escombros de un barco tragado por la arena.

—Debe ser aquí. —Me agaché para coger un tablón de madera.

El suelo comenzó a temblar de la nada, instintivamente saqué mis cadenas y miré a Milo, él sacó su catalizador, siempre me había sombrado, círculos dorados con grabados de un idioma antiguo en ellos, además, su catalizador flotaba, nunca comprenderé como diablos lo maneja para que siempre vaya a donde él desee.

Cuentos de AtnamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora