Aquel Ser

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-¡Queridos hijos de Dios, hemos encontrado a la bruja que ha causado esta hambruna y hemos venido a ajusticiarla como dicta la ley, en la hoguera junto con sus hermanas brujas!- la voz del cura era como el aullido de un lobo nocturno, lleno de rabia y ansias de sangre.

Los habitantes del pueblo estaban todos reunidos en la plaza del pueblo, algunos de ellos llevaban antorchas y otros garrotes, todo para ver el cruel espectáculo que iba a darles el cura, el encargado de llevar "La Palabra de Dios" a las ovejas descarriadas. Y entre toda la multitud, atada a un poste de madera, completamente desnuda se encontraba la joven Maira, entre lágrimas y sollozos apenas podía hablar, y a ambos lados de ella se encontraban sus hermanas pequeñas, Mariana y Bernalda. Las tres habían sido acusadas de practicar la brujería, pues no habían ido a misa el domingo anterior, un motivo absurdo, pero que llenaba la mente de la gente del pueblo de prejuicios. La única razón por la que no habían ido era debido a que habían tenido que enterrar a sus padres y no les dio tiempo a llegar para tomar la hostia.

-¡Por favor, dejadnos ir, no hemos hecho nada malo!- grito Maira llorando desconsoladamente.

El cura se giro para verla, antorcha en mano y dando unos pasos hacia ella le escupio en la cara.

-¡Silencio vil bruja, pues habeis sido culpada de brujería y debeis ser ajusticiada, rezad para que Dios os aguarde en su abrazo!- y dicho esto el cura lanzo la antorcha a la pila de madera bajo los pies de las jovenes hermanas.

Maira miro al suelo, sin controlar sus lagrimas, "¿Dios?, esta claro que Dios es cruel con la gente, pues permite cosas asi" penso la joven Maira, y llena de rabia miro a la gente del pueblo.

-¡Satanas, entrego mi alma a tu servicio, mas a cambio pido que la gente de la aldea pague por sus crimenes y mis hermanas y yo estemos a salvo para siempre, y al morir yo, hagas lo que plazcas con mi alma mortal!- grito la joven Maira y la gente del pueblo palidecio de pronto.

De un momento a otro todo se volvió oscuro, y entre la oscuridad un rostro desfigurado apareció...

-¡Maira despierta, por favor!- la voz de Mariana resonaba con fuerza en la tienda de campaña en la que dormían.

-¡Ahg...uhg...!- Maira se levantó de pronto de su "cama" y se quedó sentada, mirándose las manos, completamente sudadas y temblando de miedo.

Aquel sueño la llevaba atormentando desde que fue rescatada por "Aquel ser" tan extraño, aunque era de mala educación llamarlo asi, pero tampoco es que hubiera dicho su nombre, la gente del campamento lo llamaba "Solo" pues siempre estaba apartado del resto y solo hablaba con la gente si necesitaban ayuda o si habia algun problema. Cuando Maira se acabo de vestir su vestido de lana miro a su hermana, Mariana, y esbozo una calida sonrisa para calmarla.

-No te preocupes, estoy bien, ve a jugar con Bernarda al molino- dijo Maira agarrando una pequeña cesta.
-¿Como sabes que esta alli?, no recuerdo que te dijera nada- Mariana era alguien muy curiosa.
-Llevais varios días hablando del tema, es difícil no escucharos- contesto Maira mirando a su hermana.

Luego de que Mariana se fuera corriendo para jugar con su hermana, Maira finalmente salio de su tienda y cerro los ojos ante el golpe de luz que recibió. Cuando finalmente se acostumbro a la luz se fijo mejor en todo, habia gente del campamento despierta, algunos estarían dormidos o haciendo otras tareas un poco mas lejos. En cuanto Maira dio un paso para dirigirse al rio noto la mano de alguien en su hombro, al girase a su derecha se dio cuenta de quien se trataba, cabello negro largo, ojos verdes, nariz recta, labios carnosos, era Solo.

El corazón de Maira se aceleró de golpe, delante suya se sentía rara, le temblaban las piernas y la voz no le salía, era como si su simple presencia la perturbara, pero debía mantenerse firme y no ceder ante sus pensamientos pecaminosos e impuros, después de todo, era una mujer ya adulta, debía actuar como tal.

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