Continuación de los relatos de "El Príncipe y la Bestia" y "La Bestia y el Príncipe", se recomiendan leer para entender el trasfondo del mundo, aunque no es necesario, espero disfrutéis después de muchos meses de inactividad.
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Las personas se apelotonaban a ambos lados de la calle para ver como aquel ostentoso carruaje, adornado con escenas de fieros guerreros humanos acababan con la vida de horribles bestias sin alma, mientras los primeros eran rodeados por una enorme leopardo de las nieves, avanzaba por el centro de la vía principal de la capital del reino de Santux. Había susurros de curiosidad mientras los escoltas del carruaje, seis hombres a caballo, avanzaban, tres delante y tres detrás, vestidos con gruesas armaduras y que portaban espadas y ballestas de mano en su cinturón de cuero negro. Uno de los guardias traseros aceleró ligeramente el paso y se colocó al lado de la puerta derecha del carromato, dio tres golpecitos seguidos y volvió a su posición anterior, estaban a punto de llegar al punto de encuentro con los reyes y el príncipe Kalidia.
Cuando el carruaje llegó hasta la entrada al palacio y pasó el puente de madera que daba acceso a este, los integrantes del mismo finalmente decidieron bajar del carruaje para recibir la bienvenida de los reyes y el príncipe. De este salieron, el príncipe Sifgird, un joven de no más de veinticinco años, vestido hasta el cuello con unos ropajes elegantes de color blanco escarcha y portando en su cinturón un hacha, toda su cabeza estaba rapada salvo por un mechón de pelo que colgaba hacia abajo, el conocido "manojo de paja", portaba un bigote propio de un príncipe, arreglado, cuidado hasta el extremo. El príncipe también tenía unos ojos que rebosaban fuerza y virilidad, no temblaban ante la majestuosidad del castillo ni ante la presencia de guardias constantes, sólo examinaban la zona, como si estuviera buscando una ruta de escape en caso de ser necesaria. Luego de unos segundos, bajo el segundo integrante del carruaje, una figura vestida de pies hasta cabeza con una túnica de color gris que no dejaba ver el rostro que se ocultaba debajo de aquel velo, la túnica estaba decorada con detalles de seda dorada y el velo de la cara tenía unos extraños símbolos de color azul oscuro.
—Mi señor, no debería abandonar el carruaje hasta estar seguros de que no haya asesinos— dijo uno de los guardias del carruaje mientras todos se bajaban de sus caballos.
El príncipe alzó su mano derecho para que no hablaran más, ya había pasado demasiado tiempo dentro de aquel estrecho carruaje como para seguir dentro.
Luego de unos minutos esperando el recibimiento de los reyes, estos finalmente llegaron, seguidos del príncipe Kalidia y de una cabra negra que era igual de alta que Sifgird, aunque no tenía la misma masa muscular, signo claro de que las bestias eran inferiores a los hombres. Cuando Sifgird estuvo delante de los reyes hizo una reverencia y la figura que lo acompañaba igual, los escoltas también hicieron lo mismo.
—Saludos reyes y príncipe Kalidia, es un honor estar aquí con sus mercedes. Como muestra de nuestra hospitalidad hemos traído productos de nuestra tierra— dijo el príncipe Sifgird chasqueando sus dedos.
Al hacerlo dos guardias se acercaron al carruaje y sacaron un pesado cofre de oro y plata del interior de este. Lo dejaron frente a los reyes y lo abrieron, dejando ver numerosos bienes y artilugios extraños.
—Oro y plata para los reyes, piedras preciosas para el príncipe, inventos para los estudiosos y manuscritos religiosos a estudiar, todo de la mejor calidad y fabricado por manos humanas, nada de bestias— el príncipe Sifgird esbozó una sonrisa mental cuando vio un atisbo de agradecimiento en los rostros de los reyes.
—Es muy amable, príncipe, permítanos acogerlo para discutir los asuntos que os han traído hasta aquí— dijo el rey, Sifgird asintió.
El salón de reuniones era una sala bastante modesta en comparación con el resto del castillo, sillas y mesas de madera, ningún cuadro en las paredes, una lámpara de velas colgada del techo, unas pocas estanterías con libros, el suelo estaba decorado con una alfombra de color verde oscuro que parecía hecha por un artesano sin ganas de trabajar aquel día. El rey se sentó en un extremo de la mesa, a sus lados se sentaron su esposa, su hijo y el futuro consejero real. En el extremo opuesto se sentó Sifgird y la extraña figura se sentó al lado suya, el primero dejó su arma encima de la mesa, signo claro de confianza en los reyes, pues un guerrero sin armas era un trozo de carne sacrificable.
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Relatos Eróticos
RomanceRelatos eróticos de una sola o varias partes y que espero disfruteis gustosamente