La Banda De La Cabra

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—¡Luchad como si os hubieran robado una jarra de cerveza malditos!— gritó el comandante Nurum mientras degollaba a un soldado enemigo.

Los mercenarios de "La Banda de la Cabra" gritaron al unisonó y como si por arte de magia se tratara se empezaron a volver más violentos, uno de ellos, Siwer, empezó a embestir contra todos los enemigos que veía en su camino tirándolos al suelo con una fuerza arrolladora, parecían muñecos de paja bajo sus pies. Aquel hombre estaba embutido en una armadura de metal que le cubría desde los pies hasta el cuello, y luego llevaba un casco que dejaba una ligera línea de visión, perfecta para ver a su enemigo y que nadie le pudiera dar un tajo en los ojos. Su próxima víctima fue un muchacho que llevaba unos ropajes harapientos, tendría menos de quince años, y tenía la cara cubierta de barro, un campesino, señal evidente de que el reino de Tyrus estaba en las ultimas en cuanto a hombre se trataba. Siwer alzo su espada en alto y de un fuerte tajo vertical corto la cabeza del muchacho abriendo un surco en esta, la sangre comenzó a brotar y salpico la armadura de Siwer, dejándola cubierta de gotas de sangre.

—¡Maldita sea Siwer, ¿qué demonios haces aquí gilipollas?!— grito una voz femenina detrás suya.

Siwer se giro, solo para encontrarse con el rosto furioso de su compañera, Wendu, la cual se había quitado el casco reglamentario por algún motivo. La mujer tenía el rostro lleno de cicatrices y uno de sus ojos estaba totalmente negro, producto de una enfermedad, su cuerpo estaba cubierto de una armadura de cuero que facilitaba sus movimientos a costa de menor protección contra cualquier tipo de golpe o proyectil, su cabello rubio estaba recogido en una trenza y cubierto de barro y sangre, en sus manos portaba dos hachas las cuales parecían tener trozos de alguna parte corporal interna, seguramente serian los sesos de algún pobre alma.

—¡¿Me has odio maldito bastardo sin cerebro?!— pregunto Wendu agarrando con fuerza el casco de Siwer y quitándoselo de un tirón, rompiendo las correas de cuero que lo mantenían firme.

El rostro del joven parecía un cuadro pintado por un niño pequeño, tenía toda la cara llena de cicatrices, una le atravesaba la cara desde el centro de la frente hasta la barbilla, dividiendo su cara en dos hemisferios, su ojo izquierda estaba totalmente rojo y el derecho parecía tener un tono blanquecino, la ceguera parcial seguía afectándole, al menos por el momento.

—¡Te dijimos que descansaras, van a matarte por culpa de tu enfermedad!— grito Wendu golpeando con fuerza la armadura de Siwer con los puños.
—¡¿Pretendes que me quede quieto y no haga nada?, estamos a punto de ganar la guerra!— contestó Siwer.

Sin previo aviso, Siwer aparto de un empujón a Wendu, la joven estuvo a punto de reprenderlo cuando se fijo de que había estado a punto de morir debido a un soldado enemigo el cual ahora yacía muerto, ensartado en la espada de Siwer, el cual de un tirón saco la espada del estomago del soldado y este cayó al suelo en un golpe seco. 

—¡Escúchame porque no lo pienso repetir!— de unos pocos pasos Siwer se coloco frente a Wendu y la agarro del cuello de su armadura —¡No voy a morir hasta que la guerra acabe, y cuando lo haga nos iremos con el dinero a vivir al campo tu y yo, como siempre hemos soñado, nos casaremos y tendremos tres hijos horrendos como su padre y tozudos como su madre!— grito Siwer soltando a Wendu para acto seguido agarrar de nuevo su casco y colocárselo.

Wendu se quedo unos segundos quieta, viendo como Siwer se enzarzaba en varias peleas con  otros soldados, soltó un suspiro de fastidio y se alejo en dirección contraria buscando nuevas presas con las que acabar.

****

El campamento mercenario estaba situado en un bosque cercano al campo de batalla, lo suficientemente cerca para ir corriendo y lo suficientemente oculto para que fuera difícil avistar. Aunque aquella noche era más bien de celebración, pues había sido una victoria decisiva para la banda de mercenarios. Los comandantes estaban sentados en una fogata aparte, los soldados se dividían en pequeñas grupos en los que los gritos y las risas no faltaban, y las mujeres estaban en otros pequeños grupos en los que la charla era ligeramente más tranquila, exceptuando algunos casos claro estaba.

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