El rayo del sol me despertó a las ocho de la mañana. El sol quemaba mi mejilla con una luz abrasadora. Cubrí mis ojos con la intención de hacer pereza unos minutos más, pero la insistencia del sol, me convenció de levantarme de inmediato.
Me dirigí pesadamente a la cocina y abrí el refrigerador, serví un vaso de leche, tomé un banano y me senté en sofá, comí mientras a canaleaba distraídamente. Subí al baño de mi cuarto y procedí a lavarme los dientes. Aún tenía un poco de sueño y me pesaban los ojos. Presioné con mucha fuerza el tubo de la pasta dental untando más crema de la necesaria, respiré profundo y procedí a cepillarme. Mientras me lavaba los dientes miré mi reflejo en el espejo, unas pequeñas pero oscuras ojeras enmarcaban mis bellos ojos color caca.
Tenía un aspecto deplorable, ni en las borracheras más largas y locas había amanecido con esa cara, incluso me sentía deshidratada. Tenía aquella extraña, pero característica sensación que deja un sueño olvidado, la piquiña en el cerebro de no recordarlo y la intriga de saber de qué trataba. Lo ignoré con indiferencia asegurándome de que, si hubiese sido importante, lo recordaría.
–Blah –dije con el cepillo entre la boca intentando rechazar todos los pensamientos que se empezaban a aglomerar en mi mente, al agacharme para escupir, vi algo extraño en mi pecho. Rápidamente tiré el cepillo dental y estiré el cuello de mi pijama. Una marca blanca me atravesaba desde la clavícula al centro del pecho, parecía una cicatriz muy vieja. Pasé mis dedos sobre ella y me sorprendió la sensibilidad, la miré un poco más a detalle e intenté frotarla con mayor fuerza para eliminar su rastro, como de si una mancha se tratase.
Mis pupilas se dilataron cuando mi cerebro recibió toda la carga de información. Me quedé allí inmóvil con la boca aún untada de espuma.
–El sueño, es hoy... es decir, fue anoche –dije en voz alta. Corrí hasta mi cama para verificar rastros de otro cuerpo en las sábanas, miré bajo la cama y en el armario para ver si distinguiría que faltaba ropa. Todo parecía estar en un perfecto orden. Decidí buscar en toda la casa, corrí a la habitación de mis padres. Igualmente, allí todo estaba como lo habían dejado antes de viajar. Busqué en el cuarto de estudio, la sala, la cocina... el patio.
Finalmente me senté en la sala por al menos una hora, a los pocos minutos sentí lágrimas resbalarse por mis mejillas y me rendí. Lloré desconsoladamente. Después me levanté, me serví un café y me senté de nuevo dejando el televisor encendido. Solo quería un poco de ruido en mi mente. Las lágrimas recorrían mis mejillas sin parar mientras mi mente recordaba cada detalle. Cuando bebí el último sorbo de café noté que estaba frío, el cuello de mi camisa empapado y mis ojos adoloridos e inflamados.
Me obligué a tomar una ducha pues quería sentarme y llorar todo el día. Mientras el agua lavaba mi cuerpo, aproveché para gritar mis penas y exprimir mi dolor en un doloroso llanto. Salí exhausta y me recosté empapada sobre la cama, cubrí mi torso con la toalla y dejé que el sol secara el agua y mis lágrimas. Desperté nuevamente a las once de la mañana, el rayo del sol empezaba a picar y sentía arder aquellas delicadas partes de mi cuerpo que habían quedado desprotegidas. Me puse una camiseta blanca, pantalón de sudadera negro, tenis blancos y un hoodie gris. Oculté mi rostro bajo la sombra de la capota y salí de la casa.
Solo llevé llaves y algo de dinero, lo suficiente como para conseguir comida. Me dirigí a la cafetería a dos cuadras de la casa y me senté en la mesa en que solía hacerme siempre, una que en las mañanas recibía el sol casi de frente. Anita, la camarera se acercó– Ya está muy tarde para desayuno Señorita. –A falta de una respuesta se agachó para verme la cara– ¡Por Jesucristo, Eri!, ¿qué te pasó? –dijo mientras me quitaba la capa– ¿acaso algo les pasó a tus padres?
La luz me hizo doler las pupilas, me sentí estúpida al haber ido a la cafetería, aunque en realidad llegué allí por inercia. Anita me miraba consternada– No es nada de eso Anita. –Forcé una risita picara– Anoche me pasé un poco de copas y terminé peleando con Emily, parece que nos reconciliamos, pero no recuerdo porqué terminamos llorando tanto. –«Vamos Eri, eso es lo más estúpido que pudiste haber dicho» me golpeé mentalmente.
ESTÁS LEYENDO
Empty Space
Science Fiction¿Alguna vez han tenido sentido ansiedad? No la ansiedad de haber hecho algo mal, sino la de no saber qué pasa y porqué. Esa ansiedad que va consumiendo el ser poco a poco. A Eri Wright, cada año se le "manifiesta" un sueño repetidas veces. Hablar ac...