VII: El amor de los dioses

1.9K 158 76
                                    

Hermione

.

.

Es pronto para estar despierta incluso para los estándares de la Legión, no oye ni el cantar de las aves, aún así se destapa sentándose derecha en la cama. Calza sus pies con sus zapatos de entrenamiento y tiende pulcramente la cama cuidando el sueño de sus compañeros.

Avanza por el pasillo que forma la hilera de literas en silencio, deteniéndose sólo cuando alguien la llama.

— ¿No has dormido otra vez? — incluso recién levantado Jason tiene la voz de un pretor, firme e imponente. Hermione no tiene duda alguna de que él se convertirá en uno pronto.

Sonríe con una calma que no siente en realidad y se acerca a la cama del niño.

—Para nada, solo he querido darme un baño más largo de lo normal hoy — pasa un mano por su cabello rubio acomodando algunos mechones rebeldes en la corta cabellera —. Vuelve a dormir, aún falta más de un hora para que comience el día.

Jason quiere protestar pero Hermione le planta un beso en la frente como se haría con un niño pequeño, el hijo de Júpiter se sonroja levemente antes de dejarse caer sobre la almohada. La bruja siempre se ha entristecido de lo falto de afecto que es el muchacho en realidad, sin una familia, abandonado a su suerte. Cada que alguien se le acercaba en una demostración de cariño se cohibía, poco o nada acostumbrado a esa clase de atenciones.

Igual que Harry, el recuerdo de los ojos verdes anhelantes de afecto le estruja el alma, aunque su amigo ya no lucía desamparado algo en él se transformó un cambio que poco a poco empezaba a notar en Jason, justo como Harry.

De camino a los baños no se topa con nadie, huyendo de la ruta habitual de los guardias, pasando por los estrechos pasillos entre una tienda y otra. Un arte que había perfeccionado con los años de esconderse en los rincones del campamento, intentando evitar la atención del resto que cuando se posaba en ella rara vez era amable.

Cómo añoraba a Harry, mucho más de lo que extrañaba a Ron o a los Weasley. Extrañaba a su amigo cada que debía agachar la cabeza ante la vergüenza de su linaje, Harry era terco y firme: rara vez tenía filtros en la boca al momento de hablar. Hermione lo quería al lado suyo para que le transmitiera un poco del mismo valor con el que había anunciado el regreso del Lord Oscuro.

El Sombrero Seleccionador se sorprendería de verla ahora, la valentía se escapó de su sistema siendo sustituida por un fuerte instinto de supervivencia.

El primer verano en el campamento Júpiter fue distinto: ella había peleado contra aquel sistema lleno de prejuicios. Luchó, cayó, se levantó y volvió a luchar.

Luego perdió. Al final Nueva Roma era regia e implacable, su permanencia basada en normas y reglas que debían de ser cumplidas con las más altas exigencias. Ella era una falla en la ecuación, un deshonor, una desgracia que presagia tragedias y calamidades.

"—Nada bueno pasa cuando un dios rompe sus promesas". El recuerdo de la dura voz aun la atormentaba, tan pronto su madre la había reclamado se vio arrastrada ante el Senado con un montón de chiquillos apenas unos años mayores que ella decidiendo su destino.

"Los insultos a los dioses deben ser erradicados"

"Júpiter estará furioso si se le permite vivir"

"La bastarda de Minerva debe morir"

Esa fue la primera vez que alguien se refirió a ella de un modo tan despectivo. El insulto de sangre sucia había dejado de doler desde hacía relativamente poco tiempo solo para ser reemplazado por uno nuevo. Uno que dolía más.

Bendito VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora