XII: De ruinas y remiendos

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Capítulo 12
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El director.

Albus Dombledore jamás tendría la osadía de llamarse a sí mismo un hombre sabio. Era conocido que quienes se llaman a sí mismos de ese modo rara vez lo eran.

Así que no, él no era un hombre sabio. Solo tenía la buena suerte de saber algunas cuantas cosas que el resto no y planificaba de forma cuidadosa todos sus pasos alrededor de eso.

Vaya si lo hacía, algunos de sus planes más pequeños apenas si tenían un par de días de preparación y otros, bueno, otros necesitaron años de buen cuidado y riguroso mantenimiento.

Cómo si de cuidar un bello jardín o criar a un niño se tratase.

No es que se sintiera orgulloso de todas sus obras—que la magia sabía, nunca fueron del todo inocentes—, pero las circunstancias requerían algunas acciones inmorales y si nadie más podía hacerlas por el bien común entonces él las haría. Era cierto que algunas cosas se desviaron de lo pensado, pero ¿Acaso estaba mal palmear su propia espalda en felicitaciones por qué su plan más longevo siguiera en marcha?

Aquello era algo de lo que tenía total certeza cuando se apareció a unas casas de distancia frente al número 4 de Privet Drive. Harry Potter quien debió recibir su carta lo esperaba ya frente a la casa. La adolescencia consiguió volver al muchacho mucho más espinoso pero guardaba la esperanza que la noticia de pasar el resto del verano en la cálida Madriguera bajo la atenta vigilancia de los Weasley lo suavizará.

Caminaron lado a lado por estrecho sendero hasta la puerta, jamás le gustaron las hileras interminables de fachadas iguales—demasiado mundanas y comunes—y por el gesto del menor tampoco parecen encantarle.

El frente del número cuatro los saludo con sobriedad, y fue cuando piso el suave césped recién podado que lo sintió.

Aunque lo mejor sería decir que no lo hizo.

Repentinamente angustiado envió su magia en una pequeña onda, buscando, investigando. Nada.

Casi podía sentir el sudor frío bajando por su cuello en alerta, atento a una posible emboscada...¿Pero cómo?

Miró a Harry intentando comprender qué estaba sucediendo. El chico aún era menor y se aseguró que pasará el tiempo suficiente con aquellos desagradables muggles.

El joven brujo levantó su rostro y clavó sus ojos verdes en él, brillantes como las esmeraldas.

Y Dumbledore lo supo. Esos ojos que le miraban carentes de expresión no eran los del pupilo que con esmero crió para un propósito. Ni siquiera eran los del mismo bebé que consiguió escapar de la muerte cuyos ojos tenían el color de la maldición mortal.

Tenía el hechizo en la punta de la lengua.

—¿Profesor?— dijo Harry confundido— ¿Vamos a entrar? ¿O esperara aquí mientras traigo mi baúl?

Parpadeo. Tenía la boca medio abierta como si hubiera sido interrumpido en medio de una oración, estaba ligeramente aturdido, confundido ¿Qué estaba haciendo?

Mando su magia en reconocimiento, está regresó a él tras rebotar con las fuertes barreras de sangre que Lily Evans estableció para su hijo, sobre la casa y sobre el propio chico aunque algo extraño sucedía ahí, ¿Sería que al fin empezaban a adelgazar tras casi diecisiete años?

—Perdona, Harry. La edad empieza a afectar a este anciano—le dijo tras un momento sin poder sacudirse la sensación de encima—. Pasemos.

Dejó que el chico se adelantara, caminando despacio tras de él. Cada paso que daba sintiendo que se sumergía más en una bruma espesa y amarga como sus caramelos de limón.

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⏰ Última actualización: Dec 28, 2023 ⏰

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