I: Como meter una arpía en una jaula de lechuza tamaño estándar.

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A Harry le encanta estar en Hogwarts, aquel enorme colegio era su hogar. Tenía buenos amigos y las clases eran divertidas, pero había algo que constantemente le recordaba que nada en el mundo podía ser perfecto.

La atención. Nunca se había considerado especialmente tímido, pero esos últimos días antes de terminar las clases no pudo evitar pensar que tal vez la atención (o fijación) que los demás tenían para con él se estaba volviendo algo extrema.

Así que hacía finales de segundo curso recibió las inevitables vacaciones de verano con una inusual sensación de calma que estaba seguro no tenía nada que ver con su próxima estancia en Privet Drive, se había despedido de la familia Weasley y Hermione en el andén asegurándoles que él estaría bien y volvería en una pieza para el siguiente año escolar.

La señora Weasley le dio un último abrazo muy fuerte antes de dejarlo marchar haciéndole prometer que escribiría. Harry no sabía si podría cumplir tal cosa pero aún así había aceptado.

Estuvo esperando de pie en la estación con el baúl y la jaula de Hedwig a sus pies por varios minutos antes de resignarse a que había sido olvidado por sus tíos y seguramente estaría horas ahí.

Busco un lugar cómodo donde esperar y se dejó caer en la banca después del esfuerzo de mover su equipaje.

Curiosamente la estación estaba casi vacía, a excepción de algunas personas que se movían en busca de su andén. Conforme pasaban las horas y su aburrimiento crecía Harry noto que solo tres de esas personas permanecían en el mismo lugar, parecían estar esperando algo igual que el propio Harry.

Dos de ellas eran mujeres de edad avanzada, que charlaban en voz baja y de vez en cuando le daban alguna mirada.

El otro era un hombre joven que recargaba su peso en una muleta. Él lo miraba fijamente y el pequeño mago se preguntó si lo reconocía de algún lado o si debería irse a otro lugar pues la mirada comenzaba a incomodarlo.

En algún punto el sueño y el hambre debieron vencerlo pues lo siguiente que pudo recordar fue el claro sonido de un golpe y una voz llamándolo.

—¡Vamos Harry! ¡Despierta ya! — lo apremiaba y una mano lo empujaba.

Cuando el niño abrió los ojos estaba seguro de seguir dormido.

Por que ni siquiera en el mundo mágico había una explicación para lo que estaba viendo, las adorables ancianitas habían crecido varios centímetros y le mostraban unos dientes casi tan filosos como sus garras.

—¡Levántate hay que irnos! — le dijo el muchacho al tiempo que le pasaba la jaula y se echaba sobre el hombro el baúl. Debía de ser muy fuerte razonó Harry.

Las dos mujeres siguieron persiguiendolos mientras corrían, en un par de ocasiones alguna de las criaturas lo llegaba a prender de la ropa pero el muchacho las golpeaba con su equipaje.

—¡¿Qué rayos son esas cosas?!— preguntó mientras su lechuza se revolvía inquieta en el interior de la jaula.

—¡Son benévolas! —contestó el otro entre jadeos —Deben haber olido a un mestizo, ¡no estaba seguro que fueras tú!

Un foco se encendió en la alborotada mente del chico, ¿mestizo? ¿Esto era por que su madre era hija de muggles?

Cuando una benévola lo pescó del cuello de la camisa y empezó a levantarlo Harry maldijo mentalmente a Voldemort con palabras que harían que la señora Weasley le lavara la boca con jabón.

El muchacho intentaba ayudarlo pero no podía ni siquiera llegar a la altura de sus pies. Entonces el mago noto la tranquilidad con la que las pocas personas que había ahí caminaban, sin preocuparles el niño colgado a tres metros del piso por una vieja loca.

Bendito VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora