III.- El ladrón del Rayo.

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III

El ladrón del rayo.

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Sucedió en el segundo justo después de que despertó. Cuando aún estaba en la ligera inconsciencia, debía de ser muy temprano en la mañana para que la cabaña permaneciera tan silenciosa, incluso afuera no se escuchaba nada. Ni siquiera los ronquidos de los muchos chicos con los que compartía el suelo como lecho.

Se cubrió más con la manta dispuesto a disfrutar de su mullida cama.

Oh cierto.

Él no tenía cama en el campamento mestizo, él pasaba la noche en un saco de dormir —no es que le molestara—, soltó un suspiro pesado cuando cayó en cuenta de que debía de haberse soñado otra vez en el campamento de verano.

"Es la costumbre", se dijo antes de salir de la cama. No se molestó en pensar que con más de medio año escolar avanzado aquella costumbre tenía que haberse ido desvaneciendo. Que nadie lo malentendiera, amaba Hogwarts pero no era la primera vez que se sorprendida suspirando de añoranza, tal vez por que nunca antes ha tenido otro lugar—o familia— que extrañar.

Si se le sumaban los acontecimientos que sucedían ese tercer año una parte de él comprendía; pese a lo que uno podía esperar, ningún asesino —más allá de los monstruos habituales — lo perseguía en América. En el colegio sin embargo... Un dementor lo atacó en el tren, en su nueva clase de adivinación vio un Grimm en su taza —lo que al parecer es sinónimo de una muerte dolorosa —, más los continuos lloriqueos de Malfoy.

Ah, para rematar estaban Ron y Hermione.

Estaban peleados prácticamente desde que el año dio inicio, primero por la tendencia del gato de la niña a intentar comerse la rata de Ron. Luego por la misteriosa Saeta de Fuego que alguien le había obsequiado. Ahora ni siquiera podía recordar el motivo por el que seguían molestos, puede que la razón se debiera a la falta de sus habituales discusiones.

Ron buscaba discutir por supuesto, Harry no lo culpa por que es la única forma en que consigue hablar con ella.

Eso fue hasta que Hermione dejó de seguirle el juego, ahora se limitaba a verlo parlotear como si ni siquiera pudiera oírlo. Toma aire con fuerza y mueve de un lado a otro el medallón de oro que cuelga de su cuello, no se lo ha quitado desde que la volvió a ver un día antes de ir a la estación.

Si Hermione no fuera Hermione Harry podría pensar que hace aquello para contenerse de golpear a Ron.

O eso había pensado hasta que la niña —que ya no era tan niña— se había dado la vuelta para plantarle un puñetazo duro y certero en la nariz a Draco Malfoy.

El niño que vivió no conocía casi nada de artes marciales o técnicas de pelea, pero podría haber jurado que algo en la bruja había cambiado en ese instante. Su postura, su respiración y sin duda su velocidad.

"Oh dioses, no debo de hacerla enojar", pensó mientras la sangre empezaba a gotear de la pálida nariz.

Ron debió pensar igual, pues durante una larga semana evitó discutir con la hija de muggles.

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Se preguntó cómo haría para conseguir que todo entrara en su baúl, consideró un momento reducir el tamaño de sus pertenencias pero ya que no sabía si el ministerio notaría la magia en el campamento decidió que lo mejor era dejar las cosas tal cual.

Bendito VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora