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Una de las muchas facetas de mi personalidad siempre ha sido: llegar tarde. No se como lo hago por que mira que me levanto temprano para cada día intentar llegar a la hora.

Bueno, pues eso nunca pasa.

Siempre acabo corriendo y encima llegando unos minutos tardes. La universidad de Pablo queda bastante alejada de la mía, por lo que no nos podemos ir juntos y ninguna amiga mía de la universidad coge el mismo camino que yo. Con que siempre voy sola y tarde. ¿Debería cambiarlo? Pues sí, pero aquí sigo, corriendo por todas las calles de Madrid, como rutina mañanera.

Bueno, al menos hago ejercicio.

Consigo parar un poco y descansar en un semáforo, maldiciendo interiormente por que tarda mucho en ponerse en verde y eso va a hacer que tarde más aun en llegar. Podría saltármelo, pero a estas horas de la mañana hay un trafico increíble, y no hay un solo segundo en el que no pase un coche a velocidad extrema.

Justo cuando los coches se van parando, dándome a entender que se va a poner ya en verde, un coche se para en frente mío tocando el claxon, haciendo que me asuste.

Me asomo por la ventanilla para ver de quien se trata. Joder, lo que me faltaba ya en el día de hoy.

- Rudolph, ¿te llevo?

Exactamente, Hugo. Ahí está, apoyando su brazo en el respaldo del copiloto para acercarse más a donde yo estoy y hablar mejor.

Imágenes vienen a mi mente de aquel día, donde me subí también a su coche, y aunque fuese bastante bebida, pude observarle perfectamente, como se le marcaban las venas de sus dedos tatuados cuando agarraba el volante. Definitivamente, no me arrepiento de nada de lo que pasó. Solo espero que nunca llegue a oídos equivocados.

Me encantaría haberle dicho que no, y mandarle a la mierda, pero llegar a la hora me parecía más importante que mi ego. Así que no me lo pensé y abrí la puerta, montándome por segunda vez en ese coche azul marino.

- ¿Y este gesto de amabilidad a que se debe? - le miro alzando una ceja mientras veo como de sus labios se asoma una sonrisa.

- A que te he visto como corres una maratón a las 8 de la mañana.

Suelta una risita mientras que a mi se me suben los colores en mil tonos de rojo y aparto la vista a la ventanilla.

- ¿Siempre llegas tarde o es que se te han pegado las sabanas hoy? - me dice mientras se sigue burlando.

- ¿Y a ti que te importa? - le digo a la defensiva cruzándome de brazos, en cambio, a él no se le quita la sonrisa de la cara.

- Por saber si te voy a tener que recoger otra vez a medio camino de tu maratón.

Le asesino con la mirada mientras él sigue aprovechándose de la situación riéndose.

- Tú sigue riéndote, que a ver si por casualidad acaba otro vaso de agua en tus pantalones, imbécil.

Su sonrisa se va para esta vez alzar la ceja y detenerse de nuevo en otro semáforo distinto. No me estoy fijando ni en la hora que es. Pero no se si habría sido mejor ir andando, bueno, corriendo.

- Eso estuvo mal eh, Rudolph. - me dice mirando de nuevo a la carretera volviendo a su gesto de burla.

- Que no me llames así, tengo nombre, por si no te acordabas, imbécil.

- Es más divertido ver como te enfadas.

Ruedo los ojos mirando el reloj. Sorprendentemente voy bien de tiempo con que me relajo observando por la ventana como el sol de la mañana ya va apareciendo con más intensidad.

Amor de egoístasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora