Narrador.
Sin perder más tiempo, revisó que nadie estuviera presente mientras subía a la rubia en la otra camioneta.
Se aseguró primero de tener la llave en su cuello y cerró el bar.
Sin ella no hay como abrir. Sin su jefe no hay información que pueda brindar, y sin el equipo de vigilancia, no hay más pistas que poder seguir.
Los Ackerman eran muy buenos en limpiarse las manos.
Ató sus manos con cinta y le cubrió la boca con la misma. Cerró la puerta, encendió el auto, y salió sin prisa, después de todo, si nadie te veía no habías hecho nada malo.
Su celular comenzó a vibrar a unos pocos kilómetros de viaje, y se detuvo un momento para revisar quién era.
—¿Dónde estás?—Preguntó Ymir.
Arqueó la ceja.
—Enfocate en lo tuyo, te alcanzo después.—Recordó lo de Annie.— Tengo que hacer algo antes.
Colgó y llamó a otro número.
Golpeó el volante levemente con los dedos mientras la persona contestaba. Enfrente de donde se había detenido, había un pequeño local, de esos que siempre están abiertos y ubicados en lugares bastante dudosos o apartados, pero que son de utilidad por lo mismo, con tanto camino por recorrer es normal detenerse un poco a comer o descansar.
Regresó la vista hacia el frente antes de que el hombre pudiera responder.
—Tengo dos noticias.
Permaneció callado un momento y después maldijo al escuchar que alguien más las vió, y que ensima de todo tenían a la otra persona raptada justo ahora.
—¿Por qué no solo te deshaces de ella y ya?
—Creí que querrías verla primero. No hay muchas rubias ojo azul en tu colección de prostitutas.
Lo pensó un momento, y después soltó una risa nasal. Si era como ella decía, sería de gran valor en Marley, el lugar al que planeaban llegar para entregarle a Historia, y ahora, también a Annie.
—¿Sabes? Me convenciste.
Colgó y bajó de la camioneta, en dirección al local.
Un sujeto agradable la recibió en la entrada y la azabache solo suspiró mientras caminaba hacia los enormes refrigeradores por una soda o algo.
Se acercó a la barra, y pidió unas pastillas para el dolor, esperando a que le cobrara.
—¿Sería todo?
—Si.
El joven la miró risueño, pero no sonó como una risa simpática, sino, nerviosa y de hecho se le veía bastante inquieto, a diferencia de cuando entró.
—¿Sabes? No suelo ver a chicas así de lindas como tú por aquí.
De hecho, hacía movimientos muy marcados con su cuerpo, como si no quisiera que aparte su vista de el.