Capítulo XIII

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La Tribu parte I

Cinco meses antes. Sierra de Cananea, Sonora.

Podía sentir el frío golpeando su cuerpo pero la sensación era extraña y ambigua, había una bruma que se mezclaba y se perdía dentro de su propia mente porque, a pesar del frío que podía sentir, su interior estaba ardiendo. Intentó moverse pero la propia fuerza de sus extremidades hacia irreconocible la dimensión de su alcance. Volvió a caer perdido; entre sueños, escuchaba la voz de Ari pero también lo perseguía entre sombras una imponte figura de penetrantes ojos amarillos. Un aullido nació desde lo más profundo de su ser casi materializándose en energía que golpeó contra las paredes del lugar donde estaba.

Sentía vibrar todo a su alrededor, la estructura de la habitación empezó a temblar, las ventanas se hicieron añicos y las cadenas que hasta ese momento le habían mantenido se rompieron cayendo estrepitosamente. Iba a derrumbar todo pero antes de que eso sucediera, una mano cayó sobre su pecho y luego... todo se tornó oscuro.

La segunda vez que se sintió medio consciente el entorno no había cambiado pero el calor en su interior había disminuido, se movió lo más que se lo permitieron las cadenas y, por primera vez en semanas, la fuerza no estaba ahí. Intentó concentrar su olfato para buscar el aroma de Ari, al no encontrarlo, su pulso se aceleró y una nueva corriente de poder le recorrió.

―Tranquilo, lobo, aún es tuyo ―esa voz cortó sus pensamientos. De nuevo, una mano llegó a su pecho y él durmió.

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Su respiración era cada vez más tranquila y su corazón había perdido el errático ritmo con el que se había mantenido desde que se sentía en ese estado de duerme vela. Aún busca a Ari, su aroma, su presencia y cada vez que lo hacía sus cadenas se tensaban, amenazaba con romperlas o fracturarse los brazos de ser necesario. La primera casi la logra pero algo lo detuvo, una barrera, las cadenas se apretaron alrededor de sus músculos y lo regresaron de nuevo a su lugar.

―Debes beber, lobo ―la voz serena llegó de nuevo ―. Si quieres volverlo a ver tienes que beber ―gruñó ante las palabras. Olfateó intentando entrar algo que significara un peligro pero no consiguió nada. Tenía dos opciones: confiar o terminar con esta locura. Necesitaba salir de esto para poder estar de nuevo con Ari, sabía que su omega lo necesitaba. Así que no tuvo más remedio que seguir su instinto y bebió.

El amargo sabor inundó su lengua; la fuerza que le había recorrido hasta ese momento se concentró en su pecho y poco a poco la sintió anclarse a él como si se fundiera. Una luz que no podía ver pero si percibir le golpeó y de nuevo terminó perdiendo el sentido mientras pensaba que debía ver a Ari pronto porque podía sentir la necesidad de su presencia calándole hasta los huesos.

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Cuando despertó de nuevo su cuerpo se sentía diferente... normal tal vez. Levanto los brazos con cuidado dándose cuenta que las cadenas habían desaparecido como también lo había hecho el pelaje, las garras, los colmillos pero no así la fuerza y el aura por la que se había sentido rodeado desde su transformación. Abrió los ojos encontrándose por primera vez con la habitación en la que había estado no sabía cuánto tiempo ya.

La piedra caliza era oscura. La única ventana de la habitación a penas y daba una luz en la que se podía notar que era de día. Se incorporó haciendo que sus músculos se desentumieran, deambuló por la habitación buscando algo que pudiera insinuar el dónde estaba. Caminó hacia la puerta pensando encontrarla cerrada pero se sorprendió al saber que no era así. Con precaución empezó a caminar por el largo pasillo que mostraba la luz del sol al final, el recorrido fue lento, cauteloso y al cruzar el umbral se vio rodeado de la nieve que cubría la naturaleza desértica que le rodeaba.

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