Capítulo 1

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Aunque intente con todas sus fuerzas, Yaerlyk es incapaz de recordar parte de su infancia, cada vez que trata de hacerlo su mente se pone en blanco

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Aunque intente con todas sus fuerzas, Yaerlyk es incapaz de recordar parte de su infancia, cada vez que trata de hacerlo su mente se pone en blanco.

Aunque no era relevante saber su pasado si le hubiese gustado recordar más a su madre, y su padre había procurado no contarle demasiado sobre ella, pero era evidente al ver su rostro que el recuerdo era demasiado doloroso para compartirlo.

"Lo único que debes saber es que te amó mucho", le dijo su padre una vez.

La única interrogante que le queda ahora a Yaerlyk es si su padre también la ama, porque cada día se encarga de demostrarle lo contrario y aunque quisiera acostumbrarse, una parte de su corazón no está dispuesta a aceptarlo.

Todas las mañanas procura que su rutina se base en mirar a una distancia prudente su hogar, una mansión llamada Vaho Negro, aquel nombre le hacía justicia en todos los aspectos porque esta no solamente se alza imponente al frente de un gran bosque frondoso con pinos a su derecha e izquierda, también poseía grandes ventanales opacos, paredes negras y su gran puerta de roble oscura y su interior era más frío que el exterior y si eras muy observador creerías que hay fantasmas en su interior.

Cualquier persona que mirara aquel lúgubre escenario sabría que no se prestaba a un escenario de cuentos de hadas y de bosque encantados, o quizá sí, pero con encantos que rayaban en lo fantasmal, la madera cruje en tu andar, el bosque cantaba en pena al mínimo movimiento, cuando Yaerlyk era demasiado joven trató de asimilar que el lugar dónde crecía estaba demasiado lejos de ser un lugar normal, no había mamíferos en aquel bosque, sólo aves que chillaban en vez de cantar.

Había aprendido que no existían las fiestas de té en su mansión —justo con en sus cuentos—, porque el escenario era demasiado sombrío para disfrutarlo, conforme pasaban los años crecía sola junto con la brisa del mar lejano y la bruma del bosque; sin esperarlo su soledad se vería mitigada gracias a su padre quien le concedió la dicha de formar amistades con jóvenes del pueblo, de no haber sido por eso, era más probable que Yael pasara hablándole al espejo por todo el resto de su vida.

—Majestad —era el mayordomo de la mansión. Su nombre era Sam, su aspecto era jovial, pero la realidad es que ya era todo un adulto.

Sam había servido a la familia Svent desde joven cuando su padre lo introdujo en los deberes de la mansión; la primera vez que lo conoció sintió miedo porque poseía una mirada intimidante, era alto, de cabello negro con ese par de cejas gruesas enmarcándole sus preciosos ojos verdes, lo único que hacían era acentuar aquel sentimiento de altivez, pero pese a su intimidante mirada, Sam era demasiado amable.

—¿Sucede algo? —preguntó al ver que Sam se acercaba a ella.

—Sus invitadas...

—¡Oh! Es verdad, muchas gracias por avisarme —era evidente que ella era más feliz con compañía, los minutos que podía disfrutar con ellas los valoraba como si fuera oro, oro que su padre explotaba en las minas lejanas con la excepción de que su oro no causaba daño.

Cánticos de cuervos a medianoche [S #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora