Capítulo 4

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Hace mucho tiempo, Izuku visitó a la reina Rei en el Reino helado, acompañado de su guardia personal, Momo, y su consejero real, Hitoshi. Los tres habían ido como una comitiva enviada por el rey Yagi, a cumplir con las peticiones que el bosque estaba pidiendo.

No había duda de que Momo estaba preparada para arremeter con su espada en contra de cualquiera que le hiciera daño a su príncipe, que en ese momento tenía solo quince años. Hitoshi, por otro lado, tenía el deber importante de mantener al chico tranquilo y en calma, para que no se arrepintiera de haber ido hasta ahí. Sabía que Izuku estaba muy nervioso, pues era un encargo muy importante y que debía hacerse bien. Yagi había confiado plenamente en su hijo, a pesar de que este se había negado tres veces. Finalmente, había tenido que utilizar su Orden Real para obligar a su hijo a que fuera a aquel lugar.

Yagi necesitaba que su hijo aprendiera a ser un rey. Le quedaba poco tiempo, a lo mucho tres años para sucumbir ante la visión de la hechicera. Izuku debía ser un rey hecho y derecho para ese entonces.

—No siento peligro —susurró Momo, viendo a los guardias observarlos de reojo mientras los escoltaban hacia el palacio de la reina—. Pero los mataré a todos si te hacen algo, Izuku.

Izuku retorcía sus manos entre todos sus nervios.

—¿M-Matar? P-Pero...

Ante el nervio de Izuku y el afán de matar, Hitoshi suspiró y puso una mano en el hombro de Momo.

—Cálmate —dijo. La pelinegra le dio una mirada incrédula—. No le harán nada. Todo saldrá bien.

Ella soltó un bufido, manteniendo su mano en la espada que había creado minutos antes.

Como eran una tribu del bosque, no tenían armamento militar, más que nada porque no se metían en guerras. Pero solo con una lanza no podría acabar con grandes guardias reales que cargaban espadas y armaduras, así que, pensando inteligentemente, creo una espada que fuera fácil de manejar, delgada como una lanza y letal como un cañón. El daño que causara sería irreversible.

—Es un reino ajeno a nosotros —habló Momo. No podía creer que Hitoshi fuera tan confiado ante esa gente—. Pueden hacerle daño a Izuku y el Gran Rey quedaría devastado. Solo pienso en todas las posibilidades y me preparo para cada una de ellas.

—Nada va a pasar —repitió Hitoshi, viendo que Izuku ya estaba temblando—. Mantén tus posibilidades para ti —le susurró solo a la chica, que asintió al darle una mirada al muchacho que no paraba a mirar el suelo, retorciendo cada vez más sus manos—. Y tú, Izuku, recuerda que nuestra formalidad no es igual a la de los reyes de afuera. Una reverencia bastará para saludar. Y recuerda tranquilizarte, no puedes tartamudear, ¿de acuerdo? Tienes que estar tranquilo. De esto depende la salvación de nuestros árboles sagrados.

—Lo entiendo —respondió Izuku, inhalando y exhalando. Sabía que tenía que tranquilizarse—. Hitoshi, realmente entiendo que esto es importante, y precisamente por eso no debí haber venido yo. Papá pensó mal. No puedo hacer esto. ¿Y si la reina no accede? Habré fallado en el deber que me impuso mi padre, y eso me haría un mal príncipe, por lo tanto, un mal rey futuro y tendré que desistir de mi deseo de ser similar a papá, lo que provocará una tristeza tanto en él como en mí y terminaré muriendo de pena por no ser lo suficientemente bueno y entonces...

Momo y Hitoshi se dieron una larga mirada y lo dejaron farfullar cosas incoherentes que no pasarían, a sabiendas de que cuando comenzaba así, nadie podía pararlo.

Entre murmullos, amenazas de muerte y los nervios del príncipe del bosque, finalmente se detuvieron frente al gran palacio. Las grandes puertas se abrieron y los guardias siguieron escoltándolos hacia el salón del trono, donde se encontraba Rei, esperando con expectación.

Verde Jade (Katsudeku + Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora