CAPITULO 36

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El señor Kim Jumyeon estaba cansado, a sus cuarenta y ocho años ya era un hombre al cual muy pocas cosas le divertían en verdad. Se detuvo junto a la puerta de su casa recientemente allanada y observó a la madre de su hijo con fuego en la mirada. La había conocido cuando ella tenía diecisiete años, ocho menos que él, y se había enamorado a primera vista. Pero las circunstancias y el tiempo –Básicamente su estilo de vida—se había encargado de separarlos y cuando ella huyó a Corea para conseguir vida mejor él solamente se le quedó viéndole la espalda. 
 
—Ese hombre sigue llamando—Sunny guardó silencio. Parecía demasiado absorta en sus pensamientos—Es que no entiende que la vida de Ryeowook está aquí, junto a sus padres, en su tierra, con su futura esposa. 
 
Con el rabillo del ojo vio que ella estaba rechazando cada llamada que ese “hombre” (como ella lo había denominado) hacía, tenía la boca fruncida y la familiar arruga que se marcaba entre sus cejas cuando estaba molesta. 
 
Jumyeon estaba decepcionado, ella no había cambiado mucho, seguía siendo la misma mujer caprichosa de siempre. Él sabía que ese actuar formaba parte de su personalidad de ángel vengador. En algunas ocasiones había agradecido que fuera así, pero ahora todo le resultaba diferente, ella estaba excediendo los límites de su paciencia, la poca que le quedaba. 
 
Si era sincero consigo mismo, la visita de Sunny y su hijo no le era del todo grata, él ni siquiera había visto al muchacho castaño que decía ser hijo suyo, él solamente deseaba estar sólo como siempre. 
 
—Tu hijo acaba de cumplir los dieciocho años, ya es mayor de edad. Él puede salir por esa puerta y puede volver a entrar las veces que quiera—Puso una expresión hostil y notablemente tensa, estaba tan molesto como lo evidenciaban sus nudillos blancos de la mano con la que agarraba el marco de la puerta—Pero es su vida. Con sus estúpidas ilusiones, sus llantos de niño consentido y sus momentos de felicidad. 
 
Sunny puso los brazos en jarras. 
— ¿Qué? —Ella se echó a reír, pero su sonrisa sonó falsa y crispada—Ryeowook será feliz, pero lo será aquí conmigo, contigo. Él es mi bebé, ese hombre solo lo ha confundido pero veras como pronto mi pequeño tomará el camino correcto otra vez. 
 
— ¿En qué mundo vives? —Jumyeon enderezó los hombros— ¿Felicidad? ¿Confundido? ¿Crees que hacerle citas con jovencitas harán que a él dejen de gustarle los hombres?— Se frotó los ojos—Acéptalo de una maldita vez, a tu hijo le gustan los hombres. No sé de quién sea la maldita culpa pero debes aceptarlo ya, deja de soñar, él nunca será feliz a lado de una mujer. ¿Crees que no escucho su maldito llanto todas las noches? 
 
Ella se echó a reír. 
 
—Él solo está confundido. 
 
 —Tu eres la confundida aquí—Hizo una pausa—Quiero que ambos se vayan de esta casa lo más pronto posible. 
 
Después de aquella discusión el hombre frunció el ceño, sacudió su ropa de polvo inexistente y se internó en su habitación dejando a Sunny hablar sola. 
 
La madrugada de finales de octubre era fresca y agradable. A esas alturas el otoño ya hacía de las suyas, el cielo de China estaba cuajado de estrellas brillantes, eso resultaba poco común pero el señor Jumyeon decidió ignorarlo de forma olímpica. Recostado sobre su cama en la oscuridad, intentaba desconectar su mente de todo lo sucedido durante esos cinco últimos meses. Estaba agotado y hastiado de tener a su ex mujer dentro de su casa, él no la necesitaba y tampoco necesitaba del muchacho llamado Ryeowook. El hombre suspiró; era consciente de que le costaría la vida volver a conciliar el sueño. 
 
De pronto, escuchó como se abría la puerta corredora principal y vio salir a un muchacho de pelo castaño con una mochila pequeña en la espalda. Él se apoyó sobre sus codos y permaneció inmóvil, mientras contemplaba como el chiquillo caminaba en puntas para escapar de casa. 
 
Sonrió un poco. 
Después de todo ese niño tenía su carácter y su testarudez. 
 
Se puso los zapatos, tomó su chaqueta y caminó hasta él. 
 
—Es muy de noche para salir, ¿No crees niño? 
 
Ryeowook se volvió hacia él, visiblemente sobresaltado, y un grito muy poco varonil escapó de su garganta. 
 
—Eso no le importa. 
A pesar de la desazón que detectó en su tono, la voz de su hijo sonaba picante y retadora lo que hizo a Jumyeon volver a reírse en silencio. 
 
—Esta es mi casa niño—Respondió con tranquilidad—Y mientras vivas en ella debes darme explicaciones de lo que haces y a dónde vas. 

Ryeowook trató de serenar su mente un poco, pero lo único que pudo hacer fue ponerse a hipar como si estuviese absteniéndose a llorar como un niño mimado que necesitaba de abrazos y besos para volver a la cama.   
 
—No puedo dormir—Murmuró—Siento que el pecho me duele, tengo nauseas sofocantes que me quieren matar. No puedo dejar de pensar en él. Tengo el estómago revuelto, la cabeza me suena y siento que podría morirme en cualquier momento. Necesito irme, yo… 
 
El viento sopló ligero haciendo chirrear la puerta y pegando contra ella las ramas del viejo árbol. Una angustia violenta llenó el cuerpo de Ryeowook, Sunny podría despertar en cualquier momento. 
 
Jumyeon levantó también la mirada pero ella no apareció. 
 
— ¿Planeas escapar de casa? 
 
Ryeowook cabeceó un poco. 
 
—Tengo la mayoría de edad, puedo irme cuando quiera. 
 
—Si eso es lo que quieres no puedo hacer nada—Declaró y le tendió una mano en forma de despedida—Es bueno saber que tengo un hijo—Jumyeon frunció el ceño un poco y sopesó sobre lo que estaba dejando que sucediera, sin embargo, él también quería su antigua soledad, ya había conocido al muchacho, se había enterado de su existencia, ahora era tiempo de decir adiós. Así que, metió su mano libre a la chaqueta y sacó un poco de dinero de allí, seguramente el castaño iba a necesitarlo, no esperó a que lo tomara, simplemente abarrotó los billetes en la mano de Ryeowook. Le estrechó los dedos por primera vez desde hace dieciocho años y sonrió un poco. 
 
Él no se consideraba su padre. 
 
Él solo era la persona que le había dado la vida. 
 
Procuró tranquilizarse y dio un paso atrás, estaba claro que el muchacho debía irse antes de que su madre despertase. 
 
—Deberías tomar un taxi y quedarte en un hotel por hoy hasta que el sol salga nuevamente. —Comentó tratando de disimular su preocupación adquirida. 
 
—Lo haré, señor. 
 
Ryeowook se frotó los brazos con las manos y guardó los billetes en uno de los bolsillos de su pequeña mochila. 
 
—Imagino que algún día nos volveremos a ver. 
 
—Quizá no—Jumyeon trató de cortar en seco sus pensamientos—Será mejor que te vayas antes de que ella despierte. 
 
Con un movimiento algo brusco, Ryeowook giró sobre sus talones y tomando el asa de la puerta principal salió de aquella casa. Jumyeon se quedó como al principio, sólo observando la partida de su hijo. 
 
Y pensó, que era lo mejor. 

 
[…]
 
 
Hacia las siete de la mañana. 
 
Ryeowook sacó una hoja arrugada de la parte delantera de su mochila y con recelo comenzó a leerla por veinteava vez. 
 
Sentado en uno de los asientos del aeropuerto escuchó la risa de la gente, él también estaba feliz, compartía el mismo sentimiento. 
 
Desdobló la hoja y se mordió el interior de la mejilla. 
 
Era una carta, una carta tan sublime que empezaba con un hola y terminaba con un nos veremos pronto. Ryeowook sonrió en silencio, en ese instante al chico castaño de trajes extraños le pareció que la belleza del mundo se había puesto de acuerdo con su suerte y que por un momento al menos un momento, su espíritu requemado por tensiones sordamente profundas que la sociedad imponía se liberaba de los caprichos de su madre y que al hacerlo recibía todo el sol de la vida. 
 
“Entre nosotros toda separación será sólo el prólogo de capítulos por venir, en la inextinguible e infinita historia que estamos a punto de empezar” Cho Kyuhyun. Decía en el último párrafo. 
 
Ryeowook sonrió un poco más, hasta que sintió que sus mejillas ya no podían soportar tanta presión. Aquella carta que tenía entre manos le había llegado hace menos de cuatro días, la última vez que había hablado con Kyuhyun, el hombre le había advertido sobre su llegada  a China, ahora Ryeowook se devaneaba los sesos por ver al rubio pasar por las puertas giratorias. 
 
Esperó un poco más y jugó con sus pies, tal y como lo haría un pequeño niño. 
 
— ¿Estás listo? 
 
Un latido pasó primero. 
 
Después un segundo. 
 
Ryeowook lo miró enarcando una ceja y se echó a reír. 
 
—Siempre. 
 
El castaño se levantó como si tuviese un resorte en el cuerpo y sin pronunciar más palabras se abrazó al señor Cho, se intoxicó con el aroma tan peculiar que el hombre rubio tenía, hundió sus dedos en aquella espesa y suave cabellera. 
 
Y en ese instante Kyuhyun se preguntó cómo había podido soportar pasar tanto tiempo sin ver el hermoso rostro de Ryeowook que resplandecía ante él con esa extraña sonrisa que lo caracterizaba, tuvo que hacer un gran esfuerzo para no abalanzarse sobre él, y besarlo, una y otra vez, hasta que por fin el castaño se rindiera. 
 
“Pasajeros del vuelo 1207 con destino a Japón…favor de abordar por la sala 7” 
 

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