Tenerlo en casa había sido su mejor decisión, en un mundo tan peligroso, donde los omegas son deseados por cualquier alfa, incluso por algún beta, tenía que mantenerlo a salvo.
Después de un mal experimento, los omegas solo traían al mundo alfas, los omegas poco a poco comenzaron a desaparecer, algunos en casas de blancas donde diariamente abusaban de ellos y una muy pequeña parte estaban en sus hogares, tal es el caso de Rubén, un joven omega que por decisión de su pareja se fueron a vivir al campo, donde nada malo le podía pasar.
Rubén apenas y estaba enterado de lo que estaba pasando en la ciudad, pues Samuel, su alfa, evitaba las malas noticias para evitar que el menor estuviera inquieto, lo conocía bien y sabía que, a cada mínima cosa él ya estaba preocupado.
El omega no salia de la casa, más que para ir al jardín y jugar con los animales, ver las nubes o simplemente estar un rato en paz. Justo como lo estaba haciendo ahora.
El alfa no se encontraba, tenía que hacer las compras por lo que lo dejó solo en casa, dándole la orden a Rubén de que se quedara en casa para evitar problemas, le hizo caso sin batallar.
Después de un rato se cansó de jugar con los tres gatos y aparte de eso se enojo con Raspy por morderle su orejita por lo que tuvo que ponerse una curita rosa.
Sacudió su falda y se adentró a la casa para hacer una de sus actividades favoritas, hornear pasteles.
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