capítulo cuatro.

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Edmund no podía creer lo que había sucedido porque no podía creer su propia reacción. Después de la partida de Caspian, Edmund tuvo que sufrir las burlas de Trumpkin hasta que el enano decidió irse y dejarlo en paz.

Cayó por las palabras del Rey y esos grandes ojos de cachorro, directo a sus brazos. ¡Por Aslan, era un idiota! Edmund sabía que no debería haber hecho eso, dejar que Caspian lo besara de esa manera y rompiera todas sus defensas.

Y sin embargo... Edmund no podía olvidar la sensación de labios cálidos sobre los suyos, ni podía pasar por alto los chupones que se exhibían por toda su garganta. Caspian había sido tan apasionado como Edmund lo había imaginado en el momento más oscuro de la noche, pero la sensación no se parecía en nada a lo que podría haber imaginado. Era diez, cien veces mejor y ahora Edmund no quería más que volver a hacerlo y sentir el cuerpo del Rey, tan caliente, tan duro, contra el suyo. Edmund casi gimió ante el recuerdo y presionó su mano contra su creciente erección.

Por Joves, ¿Qué le había hecho Caspian? Edmund se sentía frenético e inquieto. Era casi medianoche y no podía dormir, porque Caspian le llenaba la cabeza de imágenes, sentimientos y fragancias.

Edmund odiaba a este hombre. Lo odiaba por hacerle sentir así.

—Maldito idiota, atormentándome incluso cuando no está aquí.

Edmund gimió mientras se levantaba de la cama y tomaba su bata de baño para cubrirse el camisón. Tomó el candelabro y salió de su habitación para caminar a paso rápido, cada pisada hacía que su corazón latiera más rápido y más fuerte en su pecho. No podía creer lo que iba a hacer.

Se detuvo ante la puerta de Caspian y tocó. Después de varios segundos sin ninguna respuesta, Edmund suspiró. 

—Soy yo, Edmund.

No pudo evitar sonreír cuando escuchó ruidos repentinos a través de la puerta antes de que se abriera. Caspian también estaba en camisón, con el pelo despeinado y era probable que acabara de saltar de la cama.

—Edmund... ¿Qué estás haciendo aquí? —Preguntó Caspian, mostrando sorpresa en su rostro.

Edmund no respondió de inmediato. Entró en la habitación sin mirar al Rey. Echó un vistazo a la cama y respiró de nuevo antes de enfrentarse a Caspian. Dejó caer la bata al suelo y se quitó el camisón, dejando que el aire frío de la noche acariciara su piel desnuda.

—Te doy una noche. Eso es todo lo que obtendrás de mí.

Por un segundo que pareció durar una eternidad, Edmund pensó que tal vez Caspian se burlaría de él y le ordenaría que saliera de su habitación, pero luego, vio la mirada del Rey cambiando y otro segundo después, estaba chocando en los labios de Edmund, caliente y exigente con los suyos. Las fuertes manos recorriendo su espalda y caderas.

Edmund sintió las manos en la parte posterior de su muslo y se encontró siendo levantado del suelo. Inmediatamente, cruzó las piernas alrededor de la cintura de Caspian y se concentró en responder al acalorado beso, gimiendo en cuanto su espalda tocó las sábanas de seda de la cama.

—Te deseo tanto —gimió Caspian, frotando su duro eje contra él a través de su propio camisón, prendiendo fuego a cada nervio de su cuerpo con este simple acto—. Te deseo.

—Su Majestad —Edmund gimió de buena gana—. Por favor...

—Di mi nombre —ordenó Caspian con voz ronca.

Edmund no respondió de inmediato y Caspian se levantó para quitarse la ropa, quedando desnudo él también, con la piel bronceada y musculosa descubierta ante sus ojos frenéticos. Edmund jadeó y levantó una mano para tocarlo, pero Caspian lo sostuvo contra la cama, sus manos alrededor de las muñecas de Edmund.

𝖤𝖫 𝖯𝖱𝖤𝖢𝖤𝖯𝖳𝖮𝖱, 𝙘𝙖𝙨𝙢𝙪𝙣𝙙 ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora