E p í l o g o.

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Me siento abruptamente en mi cama y me llevo una mano al corazón, mi respiración está alterada, siento mis mejillas mojadas. He tenido otra pesadilla con él y como en cada una de ellas, se termina yendo, dejándome sola cargando con la culpa de su partida.

Me levanto de un salto y voy al baño a lavarme el rostro, cuando levanto la mirada veo en el espejo el desastre en el que me he convertido. Siento lástima por mí misma.

Cuando vuelvo a mi habitación arrastrando los pies en el suelo frío me siento contra la pared, aferrándome a mis piernas y deseando que todo ese dolor desapareciera. Que todas esas pesadillas se fueran.

¿Quién dijo que era fácil decir adiós?

Sé que él no volverá y sé que es tiempo de superarlo, pero me es tan malditamente difícil cuando lo recuerdo cada minuto del día. Recuerdo cada sonrisa, cada beso, cada abrazo; cada llanto, pelea, caricia, mirada.

Cierro los ojos y todo vuelve a mí nuevamente.

Cuando él me contó que su madre había fallecido hacía poco y que su padre era un alcohólico.

Cuando me había confesado que tomaba antidepresivos que irónicamente lo ponían más depresivo.

Cuando avergonzado como un niño pequeño me contó que su padre lo insultaba, lo degradaba como persona y lo golpeaba.

Cuando una noche me dijo que aunque él ya no estuviera más, siempre estaría a mi lado.

Cuando en una discusión me gritó que él debería estar muerto, para luego derrumbarse y llorar.

Cuando dijo que yo era la única razón por la cual se levantaba de la cama cada día, lo único que le daba sentido a su vida.

Cuando dijo que me amaba por primera vez.

Cuando dijo que me amaba por última vez.

Abro los ojos y los siento picar, pero no quiero llorar. No otra vez.

Un suspiro tembloroso sale de mis labios mientras me levanto tambaleante para dirigirme a mi ropero, corro la ropa amontonada y saco la pequeña caja con veintiocho cartas dobladas en tres partes además de mi mechero.

Niego con una triste sonrisa al recordar que ese era su número favorito. Veintiocho.

Respiro hondo y en silencio salgo de la habitación hacia el patio trasero. Me siento en el césped mojado con el rocío de la noche, poniendo la cajita frente a mí. La parte lógica de mi cerebro me dice que las destruya, que ese era el primer paso para superarlo y la parte sentimental me dice que no lo haga, que aquellas cartas representaban esos recuerdos importantes acerca de él y de nuestra relación. Pero por primera vez, quiero dejar de sentir dolor, quiero dejarlo ir y empezar de nuevo, sabiendo que él ya hizo lo mismo en otra parte, que ya era feliz. 

Saco la primera carta y la leo; sonrío con melancolía. Y pensar que todo comenzó porque me llamaba la atención, nunca hubiera creído que todo terminaría así. Nunca creí que siquiera me prestara atención.

Sacudo la cabeza sacando todo aquello de mi mente, prendo el mechero y lo acerco lentamente a la hoja, que en segundos comienza a ser consumida por la combustión. Cuando el fuego llega a mis dedos lo suelto, haciendo que el único pedacito de papel que quedaba se vaya volando con la fría brisa de la noche.

Sonrío nuevamente, pero de satisfacción.

Hago lo mismo con las demás, una por una y dejo que un pedacito se lo lleve el viento.

Cuando llego a la número veintiocho no puedo evitar que algunas lágrimas silenciosas se escapen de mis ojos y la quemo, quemo todo de ella, quemándome la punta de los dedos en el acto. Pero no importa. No importa porque sé que he hecho lo correcto.

―A pesar de todo, no me arrepiento de haberte conocido, cariño. ―Susurro a la oscuridad de la noche mientras observo el cielo estrellado y por fin, luego de estos largos meses, me siento en paz.


n/a: Y hasta acá ha llegado esta pequeña historia, mátenme si quieren, lxs dejo hacerlo.

Querido EvanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora