El arte de la discusión

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Los malentendidos son inevitables. Cuando menos lo esperéis, saldrán a la luz y os confundirán a ambos. La forma como os enfrentéis a la aparición de cada uno de ellos os dará la medida de vuestro afecto mutuo.

 

Del capítulo titulado

 

«El arte de la discusión»

«El arte de la discusión»

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Ahí estaba él otra vez. Parecía increíble, pero lo estaban siguiendo.

En efecto, la silueta merodeaba por el umbral de la tienda de tabaco, al otro lado de la calle. Minho, muy irritado y molesto, entornó los ojos y se preguntó si debía informar a las autoridades. Al fin y al cabo, su marido era un hombre rico, y debía estar alerta por si alguien quería secuestrarlo.

Era el tercer día consecutivo que le veía, y cada vez estaba más convencido de que ese extraño hombrecito con una gorra de cuadros marrón lo estaba siguiendo. La primera vez que le vio fue cuando olvidó el monedero en el carruaje; volvió a salir corriendo y con las prisas, a punto estuvo de tropezar con él. En aquel momento no le dio importancia, pero al día siguiente había vuelto a verle.

Y allí estaba de nuevo al otro día, aunque iba vestido de otra forma. Cuando Minho le localizó por tercera vez, su curiosidad se convirtió en alarma.

Volvió a entrar en la tienda y le preguntó a la esposa del sombrerero, una mujer corpulenta que trabajaba en la parte delantera del establecimiento, si había una salida por atrás que pudiera utilizar. La tendera se mostró sorprendida, pero le mostró la puerta trasera y aceptó unas monedas a cambio de enviar a un dependiente a la calle, al cabo de una hora más o menos, para decirle al cochero del duque que regresara a casa con el vehículo. En la expresión de la mujer, Minho leyó que los caprichos de los nobles y los poderosos debían aceptarse con resignación, y salió a hurtadillas al callejón que había detrás de la tienda, libre gracias a su estratagema.

No estaba seguro de que la treta fuera necesaria, pero estaba embarazado y la vida del hijo que llevaba en sus entrañas, más y más real a medida que pasaba el tiempo, era lo más importante del mundo. Lo prudente era ser cuidadoso.

Hacía un día muy agradable, quizá un poco frío, y en lo alto del cielo azul celeste había apenas una leve pátina de nubes. Cuando ya se había adentrado bastante en el callejón, sorteando montones de imprecisos desperdicios, Minho se coló por la puerta trasera de una tienda de tabaco, pidió disculpas al sobresaltado propietario y salió de nuevo a la calle.

Jihyo vivía cerca, y ya que hacía buen tiempo, era agradable dar un paseo hasta el domicilio de los Kang. Al llegar se enteró con alivio de que lady Kang  estaba en casa. Al cabo de unos minutos lo condujeron a una salita privada en el primer piso, y su amiga se puso de pie para recibirlo.

—Min, qué contenta estoy de que hayas venido.

Minho forzó una sonrisa.

—Siento aparecer de repente, pero me pareció conveniente.

ᒪᕮᑕᑕIOᑎᕮS ᗪᕮ SᕮᗪᑌᑕᑕIÓᑎ ( 𝐵𝑎𝑛𝑔ℎ𝑖𝑛𝑜)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora