Por un momento me quedé mirando mi reflejo en el espejo del baño. Podía notar como pequeñas gotas de agua descendían de mi cabello y se deslizaban en silencio hasta perderse por debajo de mis clavículas. Me siento perdido, como si no pudiera reconocer al chico que veo tras el vidrio levemente empañado. Ni siquiera soy consciente del instante en el que llevó una mano hasta los labios, tampoco de la sensación que me abruma cuando recuerdo el eufórico choque de nuestras lenguas, de mis dedos enrollados contra la tela de su camisa y de las incesantes emociones que golpean mi pecho con cada movimiento.
Lo has hecho muy bien...
Una ligera sonrisa se proyecta en la comisura de mis labios con algo de incomodidad. La sensación de malestar sigue estando ahí desde que llegué a casa. Los perjuicios me señalan con un dedo, me gritan que estoy cometiendo un error como siempre.
¿Por qué esto está mal?
No, la verdadera pregunta aquí es, ¿por qué quiero que esté bien?
Salí del baño sujetando una de las partes del paño que estaba enrollado alrededor de mi cuello, cerrando la puerta con un golpe seco. Mi trayectoria hasta las escaleras es silenciosa, está cargada de pensamientos que me quitan el aliento. Al llegar a la sala divisó la esbelta figura de mi madre moviéndose de un lado a otro mientras se arregla con apuro. El vestido negro ceñido a su cuerpo y la chaqueta de cuero marrón hasta la altura de sus rodillas la hacen lucir elegante. Su maquillaje es impecable, el labial rojo carmesí marca su esencia con atrevimiento. Me sonríe cuando se percata de mi presencia, de cómo me he quedado observándola desde las escaleras.
— ¡Cariño! —exclamó, terminando de encajar el arete de oro en su oreja izquierda—. ¿Cómo estuvo todo en clases?
Su pregunta me heló la sangre.
— Yo... —traté de formular una oración coherente, algo sencillo que logré amortiguar su curiosidad—. Todo estuvo bien.
Una sonrisa completa termina de formarse en sus labios, aparentemente satisfecha con la respuesta. Sus tacones suenan contra el parquet mientras se acerca a mí. Siento mis manos volverse puños cuando su brazo se estira hasta tocar una de mis mejillas con inherente dulzura.
—Así me gusta... —Sus ojos se centran en los míos con un sentimiento que logro descifrar, me estremece—. ¿Lo ves, amor? Uno siempre puede volver a comenzar.
No, mamá, sigo fallando.
—Sabes... hay algo que debes saber —susurré a punto de cometer una locura, a casi nada de decirle lo que había sucedido con el profesor Gojo; pero entonces su teléfono comenzó a vibrar en el sofá. La veo alejarse, perderse en su mundo mientras yo me desvanezco en el mío. El silencio se extiende, me abruma, me quema, me hace sentir que quiero morir. Los segundos pasan, necesito contar lo que está ocurriendo, quizás rogar por un segundo perdón y olvidar que estoy fallando de nuevo. La garganta me duele cuando finalmente noto que cuelga, mi boca se abre y apenas logro pronunciar una sola palabra—. Mamá...
Solo escúchame...
—Yuji, bebe —me interrumpe, tomando su cartera negra con prisa—. Lo hablaremos luego, ¿vale? —Un rápido beso es depositado en mi frente antes de que camine hasta la entrada—. Tu padre y yo volveremos tarde, no nos esperen despiertos. Si tienen hambre, hay comida en el microondas; solo tienen que calentarla. —La observé tomar las llaves en el recibidor y darme una última mirada—. Y dile a Ryomen que tiene prohibido traer a sus amigos a casa.
Me obligué a asentir, a mostrarle una sonrisa y fingir que todo estaba bien. Pero no es hasta que la puerta se cierra que siento como mis labios empiezan a temblar, como me falta el aire y como el sabor salado de las lágrimas entran por mi boca. Decenas de reproches invaden mi mente con preguntas demandantes; una en particular es capaz de gritarme que soy un idiota por querer revelar todo. El silencio me inquieta a tal punto que salgo de ahí directo hacia mi habitación. Frío y oscuridad es todo lo que presenció al entrar y no me importa tirarme en la cama de esa forma. Solo quiero dormir, olvidarme de todo.
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Cámara encendida // Goyuu
FanficEl amor a veces puede ser ciego, te venda los ojos y no te deja ver el infierno en que te has metido. Yuji lo entendió esa misma noche, entendió que su vida había caído en el peor de los abismos desde la primera vez que aceptó las caricias de su pro...