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🏐Narrador omnisciente:

Era un día como cualquier otro. Los adolescentes se levantaban para estar listos para ir a la escuela; ponerse el uniforme, peinarse, lavarse los dientes, desayunar y coger su transporte para encaminarse hacia la institución. Cualquier rutina que todo el mundo seguía. Como alguien en concreto.  Una chica que sin pudor, seguía durmiendo incluso si su dichosa alarma seguía sonando tras la hora prevista. Su subconsciente decía que siguiera durmiendo, pero el sentimiento en lo más profundo de su corazón le decía que se levantara, o sufriría de la ira de su señora madre.

Yui Toshinori, mujer de 37 años, pelo negro y ojos del mismo color, 1,63 m de altura, rechoncha y de personalidad seria y amable con personas cercanas. Subía con grandes pistones las escaleras de aquella casa tan tradicional y placentera. Pisando el suelo de madera y suspirando de enfado al seguir escuchando la alarma que oía desde su habitación en la planta de abajo. No tardó es abrir la puerta decorada con tan extravagantes pegatinas, observando enfurecida a su hija reposar en las suaves sábanas de su cama. Nakamura Toshinori, una adolescente de 17 años que demostraba tener más. Cabello negro con bruscos cortes en sus laterales pero con unos hermoso ojos verde pistacho. Sus pies sobresalian del borde de la cama, portando una altura de 1,89 m. Ni uno más, ni uno menos.  La camiseta le quedaba pequeña, y era notable debido a los marcados musculos de sus brazos y espalda. No era de extrañar que con su cara tan apacible no fuera una persona tan cómica y divertida, e incluso si te había conocido hace no más de dos minutos.

Su rutina de despertarse e ir a la escuela se había vuelto a renovar tras pasarse tres meses acostada en su cama, sin jugar voleibol como castigo de su madre y sin poder ver a sus queridos compañeros y amigos del alma. Ser suspendida de la preparatoria y de su querido club no había sido el regalo más esperado nada más empezar el curso. Pero digamos que tampoco tenían planeado lanzar puñetazos contra una compañera. 

Bajó a la planta de abajo, tras ser regañada por su madre y casi dejado calva por el tirón de pelos. Suspiró, escuchándola despedirse con un pequeño "adios" y junto a un ladrido de su amado perro Yoshi. Recogió el bollo de leche de la encimera, y tras recoger sus pertenencias (llaves, teléfono y cartera) fue a pasos tranquilos hacia la entrada de su casa, despidiéndose de su tierno pitbull y cerrando la puerta tras ella. Respiró el aire puro de la tarde. 15:00 p.m., llevaba media hora de retraso con su cita con el director, pero quien negaría querer seguir durmiendo aún siendo hora de comer. Éste mismo la había citado para ponerle al día con sus horarios y pequeños inconvenientes que habían surgidos, como su cambio de clase y materias. Nada raro para Toshi tras el pequeño escándalo que montaron el primer día de tercer año. Nuevas experiencias para nuevas etapas, como diría su madre.

Pisó lentamente con la punta de su tenis la colilla escendida, soltando lo que quedaba de humo en su nariz y abriendo el paquete de aquel bollo tan dulce. Lo saboreó como si no hubiera probado uno en su vida, tomando impulso con el skate para empezar a avanzar con más rapidez hacia la escuela. Quería acabar cuanto antes y ver a sus chicos de nuevo. Que incluso si había estado hablando con ellos mediante el grupo que tenían, no era lo mismo que verlos en persona y darles un gran abrazo.

Aunque si lo pensaba bien, el único que sabía de su vuelta era el calvo, como a Toshinori le gustaba llamarle.

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𝐆𝐀𝐍𝐀𝐃 𝐏𝐎𝐑 𝐌𝐈 . 𝐇𝐀𝐈𝐊𝐘𝐔𝐔!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora