La caravana continuó su lenta travesía. Había estado en movimiento desde un largo tiempo. Naros, caminando al frente de la caravana precedido por un grupo de hombres-bestias y seguido de cerca por los humanos peludos inteligentes, recordó como había dado con ellos. El conocía la existencia del pueblo de los Omiros, el pueblo de Namira. Aunque el resto de la tribu de Calumaz, la aldea de la colina del Valle Tranquilo ignoraba a los Omiros. Naros, fiel a su carácter ventajista y aprovechador, quiso sacar partido del conocimiento de esta aldea vecina. La oportunidad llegó cuando la caravana viajera llegó y descubrió el poblado de los Omiros. Desde lejos apreció los preparativos para el ataque. El avance de más de cincuenta seres peludos de baja estatura, los hombres-bestias, armados con garrotes y el sobresalto consiguiente en la aldea. Vio el corretaje y las tropelías y la batalla.
Recordó como los guerreros de la tribu se reorganizaron y comenzaron a aniquilar efectivamente a los atacantes peludos. En ese entonces llegaron los hombres. A Naros le sorprendió verlos, pero más le sorprendió el artefacto mortífero que llevaban. Una rama combada sujeta por una tira que piel tensada que doblándose disparaba ramas puntiagudas a distancias increíblemente largas. La mayoría de los hombres iban armados con esas ramas. Estas veloces ramas puntiagudas pronto hicieron estragos en la aldea de los Omiros. Los guerreros, los hombres y los niños fueron muertos rápidamente y las mujeres de todas las edades fueron capturadas y arrastradas a las jaulas móviles. Viendo la facilidad con la que habían hecho el ataque y la alianza que habían hecho, cosa que no comprendía, con los hombres-bestias peludos, entendió que le valía ponerse del lado de los atacantes.
Así que armado y precavido se había dado a conocer entre los atacantes y para su sorpresa descubrió que hablaban su mismo idioma. Rápidamente fue llevado en calidad de prisionero hasta el jefe de la caravana-expedición quien le preguntó quién era y que hacía. Naros observó al jefe de la caravana, un hombre calvo y bajito, completamente lampiño de rostro y con cuerpo flácido y delgado, casi parecía un niño. Pero hablaba con una voz ronca y autoritaria. Pero lo que lo asombró verdaderamente fue los extraños seres que rodeaban al hombrecito calvo. Medían más de dos metros de alto y parecían humanos, pero estaban cubiertos por el pelaje característico de los hombres-bestias. Los humanos peludos lo miraron indiferentemente.
El jefe no quiso decir su nombre, pero ordenó dar muerte a Naros el Poderoso. El objetivo de la caravana-expedición era llenar las jaulas de mujeres y llevarlas de regreso a la Ciudad del Hueso Roto de modo que un hombre no era útil, además, conocía de la existencia de la caravana y podría advertir a otras aldeas, lo que estropearía el factor sorpresa a la hora de los ataques. Al verse en peligro de muerte, Naros no dudó en traicionar a la aldea de la cual era jefe e informar de su existencia y ubicación. Y el jefe, encantado con esta nueva información, planeó el ataque junto con Naros, a quien había perdonado.
Una parte de la caravana quedaría temporalmente a cargo de Naros y estaría conformada de la siguiente manera: doscientos hombres-bestias, cincuenta y cuatro hombres y los seis gigantes peludos que estarían a las órdenes directas de Naros. Además, ocho jaulas móviles totalmente vacías estaban a disposición para una vez capturadas las mujeres. Como el jefe todavía no confiaba en Naros, designó uno de sus hombres de confianza para que se encargara la milicia de hombres que irían con él además de darle los peludos hombres para que lo mantuvieran vigilado. La porción principal de la caravana del hombre-niño seguiría avanzando al norte en dirección a la ciudad. Al menos quinientos individuos la conformaban entre hombres y seres peludos bajitos, hombres-bestias. La expedición llevaba una preciosa carga de treinta y dos jaulas móviles, a forma de carretas tiradas por sardons domesticados, donde se encontraban prisioneras más de un centenar de mujeres. Otras más añadirían Naros y no se sabría cuál sería el destino de ellas.
El grupo a cargo de Naros había sufrido bajas durante el ataque a la aldea del Valle Tranquilo, cuarenta y tantos hombres-bestias habían caído y Naros había insistido en no utilizar a los hombres en el ataque. Valido de un ardid con pieles había logrado el factor sorpresa utilizando solo a los hombres-bestias.
Naros interiormente se sentía orgulloso de su empresa, cuando se uniera al jefe con el botín del Valle Tranquilo, sería considerado en alta estima y su aporte sería conocido en la nueva ciudad en la que pensaba hacerse una persona importante. El jefe le había pedido que exterminara todos los hombres menos a uno, uno joven, y que lo transportara junto a las mujeres. Calumaz era el joven que Naros había agarrado, escondido el muy cobarde en el techo de su antigua choza.
Naros recordaba estas cosas con placer mientras caminaba al frente de la caravana. Hacía dos días que habían abandonado el bosque de árboles de grandes hojas donde le había hecho la Comprobación a Namira. Por alguna razón el jefe de los hombres que lo acompañaba, el hombre de confianza del jefe hombre-niño, había insistido en que Namira fuera presentada sin haber sido tomada por hombre alguno, al líder. Y Naros se complacía en hacer esta especie de violación a esa niña, comprobando que se encontraba virgen.
El lugar por donde viajaban era una llanura verde que se extendía a lo lejos en todas las direcciones. Era como una pradera y se veían árboles, arbustos y rocas aisladas. El clima se presentaba nublado y el sol se escondía detrás de espesas nubes. A lo lejos se veían animales pastando, pero no representaban peligro alguno para la caravana. Naros no sabía muchas cosas sobre viajar tanto, así que el verdadero jefe y guía de la expedición era el hombre de confianza del jefe, que avanzaba siempre delante en una especie de vanguardia adelantada que estaba compuesta por algunos hombres y un grupo de hombres-bestias peludas, armadas de garrotes. Este venía corriendo ahora en dirección a Naros agitando los brazos enérgicamente. “Algo puede estar mal” pensó Naros y mandó hacer alto a la caravana. Los seis humanos peludos se encargaron de hacer parar la marcha a todas las carretas jaulas móviles y dar el aviso. Los sardons que mansamente tiraban de las jaulas móviles se hallaban nerviosos. Se revolvían agitadamente en las cuerdas que los sujetaban y gruñían. Sonó un trueno a la distancia y los hombres y los hombres-bestias peludas comenzaron a inquietarse. No era normal que los sardons estuvieran tan nerviosos y reacios a moverse.
Naros tomó su lanza en las manos y esperó la llegada del hombre. Este llegó a la carrera y gritó jadeando:
- ¡Peligro! ¡peligro inminente! –gritaba el hombre nervioso –¡enfrente! ¡enfrente!
- ¿Qué pasa Crintias? –le preguntó Naros mirándolo fijamente.
-Los sardons los huelen Naros, huelen el peligro y la muerte, ¡esta caravana está perdida ¡perdida! – decía sin cesar el hombre.
- ¡Compórtese y diga que es lo que pasa!
-Al frente hemos encontrado las huellas terribles de dos gigantes seres. Hay gran cantidad de sangre seca por el suelo, y hay cadáveres de hombres-bestias y de hombres. Al parecer la caravana del Jefe ha sido atacada, las huellas siguen el rastro de la caravana. Esos enormes monstruos están tras la caravana.
Naros quedó pensativo.
- ¿A qué distancia crees que estén esos monstruos que dices de nosotros?
- No fuimos capaces de verlos- le respondió Crintias –pero los hombres dicen que están a menos de un día de camino por delante y la caravana posiblemente a dos, al juzgar por los rastros que han encontrado.
-Entonces los monstruos demoraran en alcanzar la caravana principal y nosotros tendremos chance, si nos movemos rápido, de alcanzar aquellas bestias y aniquilarlas.
Crintias pareció no escuchar bien. –¿Aniquilarlas dijo usted?
-Exactamente eso voy hacer –le respondió Naros tranquilamente –me voy adelantar con un grupo de hombres y hombres-bestias y voy a matar a esos monstruos. Tú te quedaras aquí con el resto. Avanzaran tras nosotros y si ves que se hace de noche y no he regresado montaras el campamento. ¿Entendido?
-Entendido- le respondió Crintias.
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Calumaz. El Rey de los Huesos Rotos
Ficção HistóricaEsta impresionante historia te llevará por aventuras y giros espectaculares que nunca te pasaron por la mente. Acompaña a Calumaz por sus aventuras... ayúdalo en sus peligros... y comparte sus sueños, su amor y sus deseos de descubrir un poco más.