Era una gélida tarde de invierno. El viento soplaba fuertemente esparciendo partículas de nieve a su paso. La calle desierta exponía hileras de persianas congeladas bajo la tenue luz de las farolas.
Vi un cartel en la pared que anunciaba un mercadillo de antigüedades. Siempre me habían gustado estos sitios, podría pasarme horas recorriendo entre las paradas en busca de una nueva adquisición para mi colección.
Un museo privado de obras de arte decoraba una de las habitaciones de mi casa. También tenía otras antigüedades de todo tipo, pero estos últimos años me había estado centrando en cuadros. Los cuadros antiguos son, en mi opinión, tesoros de valor incalculable que encierran historias, vivencias y sentimientos ocultos detrás de una delicada capa de pintura.
Llegué al mercado. Había pocos puestos, pero aún había menos caras visibles todavía, a duras penas podía contar unas diez paradas y alrededor de siete personas que deambulaban con escaso ánimo de comprar.
A simple vista y con dar un par de vueltas pude comprobar que no había nada que me interesase, así que me dispuse a marchar, pero justo cuando ya estaba por partir, vi una parada que estaba alejada de las demás.
Me acerqué para verla mejor. El propietario era un anciano abrigado hasta las cejas que lucía un aspecto demacrado y una mirada vacía. Solo tenía visible una única pieza: una preciosa pintura al óleo que se veía espectacular a pesar de su presumible edad avanzada.
En el cuadro, el dibujo realista de un bosque lleno de vegetación rodeaba una larga pradera en la que se vislumbraba la silueta de una hermosa mujer vestida de blanco. Los detalles de la obra eran increíbles. Jamás había visto algo parecido, esa extraña composición de colores y trazos parecía darle más realismo a la pintura que cualquier fotografía de alta definición.
Solo con imaginar el precio que tendría, una expresión de pesimismo recorrió mi rostro. Me percaté de la existencia de un papelito pegado en una esquina del marco y vi que ponía menos cien.
-Hola, ¿puedo ayudarle en algo? -preguntó el anciano.
-Solo estaba admirando la belleza de su cuadro, ¿podría darme un precio? -contesté.
-No tiene usted que pagar nada, si quiere quedarse con él simplemente lléveselo, eso sí, respetando una única condición -advirtió.
«Aquí viene el truco, nadie regala algo a cambio de nada.» -pensé desconfiado.
-La condición es que no se aceptan devoluciones, si decide llevárselo, no me lo puede regresar-añadió el anciano.
«¿Qué tipo de condición es esa? ¿Cómo voy a devolver algo que no me ha costado nada? ¡Este hombre definitivamente está loco!» -reflexioné intentando encontrar algo de sentido en sus palabras.
-¿Qué es ese papelito que dice menos cien? -pregunté extrañado.
-Es la cantidad de dinero que le voy a dar si decide llevarse el cuadro -contestó con seriedad.
Ahora estaba absolutamente seguro de que ese hombre no estaba en sus cabales. Revisé el cuadro de nuevo. Era tan perfecto, solo un loco lo despreciaría de ese modo.
-¿Está usted seguro? -insistí mientras un mal de conciencia se apoderaba de mí.
-Seguro estoy, más es usted el que debe estar seguro de querer llevárselo -asintió inflexible.
-¿Puedo hacerle una pregunta? -dije aún con dudas.
-Claro -declaró con firmeza.
-¿Cuánto le ha costado? -pregunté.
-Le voy a ser franco, este cuadro vale más que mi propia existencia, su precio ha sido tan caro para mí que me ha costado lo que más he amado en esta vida -sostuvo con una mirada perdida que delataba una profunda tristeza.
-Y si vale tanto, ¿por qué lo regala? -cuestioné sin lograr entender su lógica.
-Porque si lo miro no puedo dejar de pensar en ella -respondió mientras una lágrima descendía por su mejilla.
«Sea lo que sea que le pase a este hombre, debe ser tan doloroso para él que ha perdido la cabeza» -pensé-, así que decidí dejar de hacerle más preguntas y tomarlo por demente.
-Me lo voy a llevar -dije finalmente.
El hombre cogió el cuadro, le dio un beso y me lo puso dentro de una bolsa para seguidamente darme el dinero que antes había mencionado.
-¡No hace falta que me dé nada! ¡Con el cuadro es más que suficiente! -vociferé afligido-, pero él insistió hasta que no me quedó más remedio que aceptar.
-Recuerde la condición que ha aceptado -repitió mientras me daba la bolsa.
-Perdone, no le he preguntado cuál es su nombre -le interrogué, curioso.
-Mi nombre es Harold -respondió.
-Gracias Harold, le deseo lo mejor -manifesté.
-Gracias, lo mismo deseo para usted. Dele un beso de mi parte -murmuró mientras recogía sus cosas para cerrar su puesto.
-¿A quién? -le pregunté extrañado.
-Ya la conocerás -me aseguró.
Cogí el cuadro, el dinero y me fui. «Harold debe tener serios problemas mentales» -reflexioné mientras regresaba a casa.
Al llegar a casa, colgué mi nueva adquisición junto al resto de cuadros que tenía. Era una obra extraordinaria, tan hermosa que no parecía una pintura sino más bien una ventana mágica con vistas a otro mundo.
Me fijé de nuevo en sus detalles, ahora con más calma. El cielo parecía mucho más oscuro que cuando lo compré, como si se hubiera oscurecido y la mujer que aparecía estaba a la izquierda cuando esta mañana me había parecido verla a la derecha.
«Estás demasiado cansado» -me dije a mi mismo-, así que me fui a dormir.
Lo siguiente que recuerdo es despertar en medio de una pradera y ver una hermosa joven vestida de blanco que con una mirada desesperada me preguntaba si conocía a un tal Harold.
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5 Relatos de terror
HorrorAntología formada por cinco relatos de terror psicológico que van a recorrer los miedos más profundos de tu subconsciente Cada uno de estos relatos trata un miedo intrínseco en el ser humano que siempre se descubre en un final sorprendente ¿Podrás d...