Era una lluviosa tarde de otoño. Las hojas caían al ritmo del viento dejando una paleta de naranjas y marrones que destacaba frente al cielo gris.
No tenía nada que hacer ese día. Un extraño impulso me empujaba a ir a la montaña. Me subí al coche y lo arranqué dispuesto a materializar mis intenciones.
Pensé que sería un buen momento para descansar un poco mentalmente, alejarme de los problemas por un instante y aprovechar para meditar con la melancólica tranquilidad que acompañaba al día.
Seguía lloviendo, pero las gotas eran cada vez más débiles. Cuando llegué a la falda de la montaña, la tormenta se detuvo al instante, como si el tiempo se hubiera parado.
Salí del coche y cerré la puerta. Caminé por un sendero que subía hasta la cumbre de la montaña. A medio camino me paré unos segundos para contemplar las preciosas vistas que se observaban desde ese remoto paraje.
Los árboles parecían conformar un felpudo perfecto que cubría prácticamente la totalidad del valle. La ausencia total de la influencia del hombre se confirmaba con la virginidad del paisaje. La única prueba de la existencia humana en esos momentos era mi insignificante presencia.
Un relámpago me cegó por completo durante un breve lapso de tiempo. La paz momentánea quebró por completo con el estrepitoso trueno que rompió el cielo en dos con un imponente rayo. Inmediatamente después, un gran diluvio empezó a caer con fuerza.
En unos pocos segundos mi ropa quedó empapada. Corrí con desesperación buscando un refugio. A unos pocos metros visualicé lo que parecía ser una pequeña ermita. Sin dudarlo, me acerqué tan rápido como pude.
La puerta estaba abierta, como si me estuviera esperando. Entré con determinación y la cerré. El silencio reinaba de nuevo. La lluvia pasó de ser un ruidoso castigo a una relajante sinfonía que a penas se escuchaba si le prestabas una especial atención.
Miré a mi alrededor. Parecía una ilusión de mal gusto o un truco de magia muy bien hecho: el tamaño que tenía el interior del edificio no se correspondía ni de lejos con las dimensiones que se percibían a simple vista desde el exterior. Sin duda, se trata de una obra maestra de la ingeniería, pensé. Más que a una ermita se asemejaba a una catedral.
Una espaciosa hilera doble de bancos de piedra formaba un pasillo hasta un preponderante altar. Miré hacia las paredes. Me sorprendió no ver ningún tipo de simbología religiosa: ni cruces, ni cristos, ni vírgenes...
Examiné el techo y entonces vi un emblema que resaltaba por sus coloraciones de oro y plata. Era una majestuosa serpiente que formaba un círculo comiéndose su cola.
Inspeccioné mi derecha y divisé una puerta de madera. Entré con cierto recelo. Unas escaleras sin final visible descendían de forma sinuosa.
De nuevo, sentí un impulso incontrolable de bajar y, casi sin darme cuenta ya estaba pisando el último escalón.
Era una habitación diminuta. Solo había un espejo ovalado y una pequeña silla de madera delante del mismo. El espejo era extremadamente limpio, no tenía ningún tipo de imperfección y la imagen se reflejaba en él con exactitud milimétrica.
En ese momento, me percaté de algo. En el reflejo del espejo tenía la ropa y el pelo perfectamente secos. Decidí tocarme el pelo en un intento desesperado por negar lo innegable. Exprimí la tela de la camisa que llevaba con todas mis fuerzas. No había duda alguna, estaba calado hasta los huesos.
Una sensación de terror indescriptible se apoderó de mí. Todos y cada uno de los pelos se me pusieron de punta, alertándome de un peligro que no lograba identificar. Algo iba mal.
En un arrebato de irracionalidad, cogí la silla y la estampé violentamente contra el espejo. Y entonces lo vi, inmóvil frente a mí, con una mirada lúgubre y sonriendo mientras sujetaba una silla con sus manos.
La sangre se me heló al comprender que ese espejo siempre había sido una fina capa de cristal.
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5 Relatos de terror
HorrorAntología formada por cinco relatos de terror psicológico que van a recorrer los miedos más profundos de tu subconsciente Cada uno de estos relatos trata un miedo intrínseco en el ser humano que siempre se descubre en un final sorprendente ¿Podrás d...