Me miré una vez más al espejo y bajé la mirada hasta mi mano derecha. En ella sostenía una brillante y afilada cuchilla. Pero antes de utilizarla, tenía otros planes. Miré la taza al inodoro y seguidamente, mi cuerpo.
-Eres una obesa de mierda. -me dije.
Me arrodillé, levanté la tapa y empecé a vomitar. A los pocos minutos me volví a colocar frente al espejo. Ahora mis ojos se clavaron en mi muñeca izquierda. Allá vamos. Empecé a apretar y deslizar la cuchilla por mi piel, dolía, pero al mismo tiempo me aliviaba. Me miraba al espejo mientras lo hacía y lloraba.
-No mereces seguir aquí. -decía entre sollozos. -No deberías seguir aquí.
Lloraba; lloraba de impotencia, de dolor, de asco... Lloraba, sin más. Y sangraba, sangraba mucho. Algunas de las heridas eran profundas, otras no tanto, pero todas eran causadas por el dolor. Por el sufrimiento de una chica de quince años a la que nadie quiere.
Tanta sangre me empezaba a marear. Solté la cuchilla, abrí el grifo y coloqué el brazo debajo del agua fría. Escocía. Escocía muchísimo. Cogí el agua oxigenada y curé las heridas. Ahora sí que escocía. Entre lágrimas, conseguí curarme la muñeca y vendarla. Después, limpié el lavabo, lo había teñido de rojo. Tiré la cuchilla, después de haberla lavado, claro. Me miré una última vez al espejo, me lavé la cara y salí del cuarto de baño. Me sigo dando asco, el mismo o incluso más, pero por un momento, me he sentido bien. Y me he olvidado de todo, de la mierda que me rodea. Me tumbo en la cama, conecto los auriculares. All of me en repetición. Cierro los ojos e intento dormir.-Valeria. Eh, Val. Cielo, levanta, son las diez y media, ya está la cena lista. -escuché decir a mi madre.
Abrí los ojos poco a poco. Sin ganas. Me incorporé y bostecé. Le proporcioné un beso en la mejilla a mi madre.
+Mamá, no tengo hambre, cenad vosotros.
-Está bien, Valeria. Buenas noches.
+Buenas noches, mamá.
Y se fue tras proporcionarme un beso en la cabeza.