Capítulo 9.

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Capítulo 8

-¿Por qué no puedes simplemente aceptar?-Exclamó la señora Mason con desesperación.

Me encontraba en el despacho de la señora Mason, una de las coordinadoras de eventos del palacio.

Tras una de las clases de Idiomas en las que Saphire me había apuntado para asegurarse de que no tuviese tiempo para hacer algo que los perjudicase – muy propio de ella – una de las profesoras se había sorprendido tanto con mi fluidez con el paliano que en cuanto se enteraron de que el príncipe de Espalia venía, habían decidido que yo fuese la que le enseñase los alrededores.

Saphire al principio se había negado, tanto como yo, pero al darse cuenta que esto era una posibilidad de que yo me alejase de la corte, había accedido encantada.

Yo, sin embargo, no estaba dispuesta a aceptarlo sin más.

No era una guía turística y menos, el perrito faldero de un príncipe. Un príncipe, por favor.

Creo que al principio se asustaron un poco de todo lo que sabía, porque la idea de la gente de aquí sobre los rebeldes era básicamente que éramos una panda de bárbaros con porras llenas de punzantes pinchos.

Pues no. De hecho éramos académicamente más inteligente que la mayoría de niños ricos.

Los Líderes consideraban que en una guerra sólo podías ganar si sabías mover piezas estratégicamentes.

Desde el inicio de nuestro entrenamiento se nos enseñaba tres idiomas como mínimo, matemáticas y sobre todo, a jugar al ajedrez.

Era esencial poder colarse en fiestas y poder lograr estrategias correctas cuando estabas bajo presión.

Al ser allí una simple invitada – la nueva – cuando llegué, me esforcé el doble. Pasaba el día del gimnasio a la habitación, de la habitación a la cafetería y más tarde al gimnasio. Era un poco antisocial por aquel entonces. No es que eso haya mejorado mucho desde entonces.

Así que aquí me encontraba.

Dios, debería haberme hecho la tonta en clase mientras podía. No me gustaba destacar aquí, la gente me miraba como si fuese una especie de fenómeno de circo.

Le dediqué una mueca a la señora Mason.

-Porque simplemente no. No le tengo que dar razones.

Ella exhaló con un decadente suspiro y sonreí para mis adentros: Debería dedicarme más a sacar de quicio a la gente.

-Pues entonces, deberías irte. -Me contestó.

Le dediqué mi angelical sonrisa y giré sobre mis tobillos, dirigiéndome hacia la salida.

Esto había sido fácil, pensé, demasiado casi.

Quizás Dios realmente existiese y me hubiese dado carta libre para mis planes. Desde la semana pasada, Alec se había vuelto más cercano a mí, como si fuésemos amigos. Realmente me sorprendía a mí misma cada vez que hablábamos. Era tan fácil hablar con él sobre cualquier cosa que se te ocurriese. Incluso el tiempo se volvía interesante cuando estaba con él y por eso intentaba evitarlo. No era tonta, sabía a donde llevaba eso y no me podía arriesgar. Un líder piensa con la cabeza, no con el corazón.

-Lady Lucy. Saphire nos ha pedido que la escoltemos hasta sus aposentos.

Dos guardias corpulentos con trajes de color azul marino aparecieron delante mía.

La guardia real.

La guardia real no tenía nada que ver con los ejércitos ordinarios que se proporcionaban al pueblo en caso de guerra. La guardia era como la élite de la Armada. Cobraban más, tenían más seguridad y no arriesgaban su vida con frecuencia ya que a pesar de los enemigos de Debian – Como Belladona o Espalia – nadie se atrevía a entrar en guerra contra una tan monarquía consolidada de frente. En cierto modo, todos esos países enemigos eran como nosotros.

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