Resaca

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Desperté a mitad de la madrugada absolutamente adolorido, desde la punta de los pies hasta la punta de los cabellos. Aún seguía desnudo, y la cabeza me punzaba como si tuviera una terrible resaca. Busqué a Garrett con la mirada, pero me encontraba solo. De inmediato me lancé sobre mi cartera, que seguía en el bolsillo de mis pantalones, pero mi dinero aún estaba ahí. No había un alma más en toda la casa; la puerta estaba cerrada sin seguro.

Así, vestido con una ligera bata de baño blanca, me metí a bañar y comencé a llorar. Dejé que el agua disfrazara mis lágrimas, para intentar engañarme a mí mismo, pero no sirvió de nada. A pesar de que aún no podía sentarme sin sentir que me desgarraba, mi llanto no era de dolor, era de rabia. Y ni siquiera rabia con Garrett, sino conmigo mismo. ¿Cómo pude ser tan estúpido y dejar que me usaran así? ¿Cómo pude darle mi virginidad a un completo desconocido? ¿Cómo pude rebajarme a tal nivel?

Lloré hasta que se acabó el agua caliente, y luego me vestí e intenté dormir de nuevo, pero fue inútil. Pasé frente al gran espejo de mi madre al final del pasillo y contemplé las marcas de sus manos en mi cuello y mi nuca. ¿Qué pensarían mis padres? Ellos murieron sin saberlo, o más bien, sin que yo les dijera, y en ese momento consideré que quizás había sido para bien.

Siempre había detestado el maldito estereotipo del homosexual precoz. ¿Ahora con qué cara podría argumentar en su contra, cuando yo era parte de él? Me sentía traicionado por mí mismo, sucio e indigno. No pude soportar seguir mirándome en el espejo, pues se me revolvió el estómago. ¿Así sería ahora cada vez que contemplara mi reflejo?

Después de un par de horas de ver programas sin chiste en la enorme televisión de la sala, esa parte salvaje y primal, que hasta entonces se había mantenido callada, empezó a bombardear mi mente con imágenes de Garrett. Recuerdos.

Sus manos aprisionando mis muñecas contra la cama.

Sus dedos recorriendo las curvas de mi espalda.

Sus labios lamiendo los huesos de mi cadera.

Su enorme verga penetrándome… destrozándome.

Abrí los ojos de golpe y alejé la mano del bulto en mis pantalones.

Es un idiota. Te utilizó. Ni siquiera te ha buscado.

¿O sí?

Inconscientemente salí corriendo hasta mi habitación y encontré mi teléfono tirado bajo la cama, apagado. Lo encendí con ansiedad, y al iluminarse la pantalla noté un par de notificaciones de Growl. Mi corazón comenzó a acelerarse, mis manos a temblar y mi entrepierna a cosquillear. De nuevo ese golpe de adrenalina, que ahora opacaba por completo la culpa.

Abrí la aplicación y entré en mi buzón de entrada; había dos chats nuevos, pero al abrir los mensajes de Garrett, sentí un nudo aprisionarme la garganta.

“Perfecto. Cuídate Dorian :) te mando un beso. Nos vemos a las 3.”

No me había buscado. Y junto a su nombre alcancé a ver esa luz verde.

“En línea”.

Lancé el celular contra la cama y rodeé mis rodillas con los brazos, llorando una vez más; ahora me dolía, y veía su rostro cada que cerraba los ojos. ¿Acaso las sonrisas, el helado, aquel beso tan mágico, todo había sido parte del plan? Como una inocente oveja, separada del rebaño, me había metido directamente en la cueva del lobo. Había pasado a ser un número más en la cuenta, un nombre más en una larga lista. Un trozo de carne recién procesada. Así me sentía, y la imagen hizo que me dieran náuseas de nuevo.

Mi mente estaba exhausta, pero mi cuerpo no compartía el sentimiento. Di vueltas en la cama hasta que amaneció; el despertador marcaba las 07:07.

Sin ánimos de vivir, me arrastré a la oficina e hice como que trabajaba, de nueve a nueve. Mi celular no sonó una sola vez en todo el día.

El león y la gacelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora